EL CABALLERO SIN MIEDO Y SIN TACHA |
Así era llamado
por los suyos Pierre de Terrail, señor de Bayard. Ciertamente, la ejecutoria
militar de este francés rayaba en el mito. Había combatido sin conocer la
derrota en Berletta, ante el Gran Capitán; en Navarra, frente a las mesnadas
del Rey Católico; en Agnadel, contra la Liga Santa; en Picardía, contra
Enrique VIII de
Inglaterra.
Y ahora, apostado en el puente de Gatinara, durante la batalla de
Garellano, venía
manteniendo a raya durante casi una hora de acometida a cuatrocientos
españoles. ¿Cabía desmostración más elocuente de lo que siempre
proclamaba?:
— No existen plazas débiles, si en ellas hay valerosos defensores.
Pero la estrella más brillante acaba por palidecer. Y la suya, tras el
frustrado intento del mariscal Bonnivet de apoderarse de Milán, vería llegar
su ocaso. El momento era gravísimo. Retrocedían. La caballería del general
Borbón (Condestable francés al servicio de España) les pisaba los talones.
De
pronto, el fuego cruzado de tres arcabuzazos da con él en tierra. Pero ni
entonces se descompuso su bizarría; serenamente, ordenó a los suyos que lo
recostasen contra un árbol, con el rostro vuelto hacia el enemigo. Así lo
halló aún el Condestable Borbón, quien, no bien informado de la noticia
había acudido al encuentro del ilustre moribundo para expresarle sus
condolencias y ofrecerle el auxilio
de los mejores cirujanos del Imperio.
Pero el bayardo, agonizante como estaba, halló
aún coraje para declinar aquellas cortesías con estas palabras:
— Monseñor, no hay motivo para apiadarse de mí, pues muero cumpliendo con
mi deber.
Sí lo hay, en cambio, para compadecerse de vos, que estáis sirviendo en contra de vuestra patria, de vuestro rey y de vuestra palabra de caballero. . Vivamente turbado, Borbón se alejó en silencio.
Sí lo hay, en cambio, para compadecerse de vos, que estáis sirviendo en contra de vuestra patria, de vuestro rey y de vuestra palabra de caballero. . Vivamente turbado, Borbón se alejó en silencio.