REBELIÓN A BORDO |
El navegante inglés
William Bligh había acompañado a Cook en su segundo viaje. Gozaba por ello de
sólido prestigio, y en 1 787 el Almirantazgo le confió el mando de la fragata Bounty
con el encargo de trasladarse a Tahití, donde debía cargar semilla del
árbol del pan, cuya aclimatación iba a ensayarse en las Indias Occidentales.
El capitán Bligh era tan competente como extremadamente rígido con la
disciplina. Pronto, pues, el malestar se dejó sentir entre la tripulación.
Pero lejos de atenuarse, la severidad de Bligh se acentuó aún más, por lo que
la marinería, encabezada por el contramaestre Fletcher Christian, acabó por
sublevarse y reducir a prisión al capitán.
Era el 26 de abril de 1789. Previa asamblea, los amotinados decidieron entregar al tirano a su suerte, abandonándole en alta mar —con los 18 marineros que le habían permanecido fieles—, en un pequeño bote sin armas y con escasas provisiones. Cinco mil terribles millas habrían de navegar aquellos desdichados antes de tocar tierra de blancos.
Por su parte, los amotinados se dirigieron a Tahití y allí se dividieron en dos grupos: uno, que decidió permanecer en la isla y que pronto habría de pagar en la horca aquella decisión, y otro, más precavido, que marchó, junto con alguna mujeres nativas, a la deshabitada y remota islade Pitcairn, en el Pacífico austral.
Era el 26 de abril de 1789. Previa asamblea, los amotinados decidieron entregar al tirano a su suerte, abandonándole en alta mar —con los 18 marineros que le habían permanecido fieles—, en un pequeño bote sin armas y con escasas provisiones. Cinco mil terribles millas habrían de navegar aquellos desdichados antes de tocar tierra de blancos.
Por su parte, los amotinados se dirigieron a Tahití y allí se dividieron en dos grupos: uno, que decidió permanecer en la isla y que pronto habría de pagar en la horca aquella decisión, y otro, más precavido, que marchó, junto con alguna mujeres nativas, a la deshabitada y remota islade Pitcairn, en el Pacífico austral.
Cuando años
después, olvidado ya el motín, el navio norteamericano Topaz acertó a
"redescubrir" aquella recóndita islita, aún sobrevivía en ella uno
de los protagonistas de la rebelión. Los demás, víctimas de las rencillas
intestinas, habían perecido.
Mientras, William Bligh, cuyo rigor — ya legendario— tanta literatura
fácil iba a inspirar en el futuro, había conquistado los entorchados de
almirante.
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