¿QUIÉN MATÓ AL COMENDADOR? |
Corría el año
1476 cuando la villa cordobesa de Fuente Ovejuna, sin previo asenso de sus
habitantes, pasó al dominio de la Orden de Calatrava.
No bien posesionado de su cargo, el nuevo Comendador, Fernán Gómez de
Guzmán, hizo levantar horca en el campo y picota en la plaza. No precisaron
más los fuenteovejeños para comprender lo que les aguardaba: onerosos
tributos, despojo caprichoso de sus bienes y haciendas y ultraje permanente de
toda mujer, casada o soltera, que fuese del agrado del Comendador. Y si los
deudos de las víctimas —esposos, padres, hermanos, novios— osaban oponerse
al atropello, eran encerrados, golpeados y hechos desaparecer.
Los fuenteovejeños soportaron por un tiempo aquel régimen de infamia. Pero
un día, el 23 de abril de 1476, el cántaro
de su paciencia se quebró.
Conjurados, hombres, mujeres y niños asaltaron el palacio de la Encomienda,
mataron a los esbirros que intentaban cortarles el paso, atraparon al
Comendador, le dieron muerte y arrojaron el cuerpo por el balcón para que la
multitud, que aguardaba vociferante en la plaza, lo arrastrase por las calles
durante largo rato.
Ante tan ruidoso suceso, los Reyes Católicos dispusieron el traslado a la
villa cordobesa de un juez pesquisidor con el encargo de administrar justicia.
Pero, para entonces, el vecindario de Fuente Ovejuna, juramentado, ya había
tomado postura. De tal modo que cuando el juez,
interrogando por separado a cada vecino, preguntaba: "¿Quién
mató al Comendador?", obtenía siempre la misma respuesta:
— ¡Fuente Ovejuna, señor!
— ¿Pero quién es Fuente Ovejuna? — inquiría con desesperación el magistrado.
Y el pueblo, a coro ya, contestaba:
— ¡Todos a una!
Allí, quieras que no, se empantanó el célebre proceso, de cuyos autos, andando el tiempo, tomaría pie Lope de Vega para escribir uno de los más hermosos dramas de la literatura castellana.
— ¿Pero quién es Fuente Ovejuna? — inquiría con desesperación el magistrado.
Y el pueblo, a coro ya, contestaba:
— ¡Todos a una!
Allí, quieras que no, se empantanó el célebre proceso, de cuyos autos, andando el tiempo, tomaría pie Lope de Vega para escribir uno de los más hermosos dramas de la literatura castellana.
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