EL MONJE HILDEBRANDO |
Debatíase la Iglesia entre el
turbio problema de las "investiduras" cuando, elegido por el Sacro
Colegio, el día 22 de abril de 1073 subió al solio de San Pedro el monje
Hildebrando.
Hombre de moral austerísima,
lúcido genio político, inquebrantable energía y elevados propósitos, el
nuevo Papa, bajo el nombre de Gregorio VIl, aspiraba a la Monarquía universal
de la Iglesia, desligada
de toda injerencia y poder temporal. Mas para ello debía enfrentarse a buena
parte de la nobleza, al clero corrompido y, muy especialmente, a Enrique IV,
el Emperador de Alemania, quien conforme al derecho
tradicional germánico
obtenía pingües beneficios con la venta de los cargos y sinecuras
eclesiásticas.
Tan lejos llegó la pugna entre el nuevo Pontífice y el
Emperador que éste hubo de ser excomulgado y sólo recobró el perdón después
de humillarse en Canosa ante el Santo Padre.
La virtud del perdón era característica del Papa Hildebrando. Ya poco antes
había dado elocuente prueba de ello con Gerbado. Este Gerbado, criado del conde
Arnolfo de Flandes, había dado muerte airada a su señor. Arrepentido, acudió
a Roma para ofrecer sus manos al Papa en acto de expiación. Después de
escucharle, Gregorio confió la causa a
un allegado suyo con esta advertencia:
— Si cuando te
dispongas a ejecutar el castigo lo ves temblar, córtale las manos; pero si no
tiembla, no le mutiles, que yo le perdono.
Y como el homicida afrontase el terrible momento en actitud impasible, le
dijo el Papa:
— Esas manos ya no te pertenecen; son del Señor. De modo que vete a Cluny y refiere al abad lo sucedido.
Así lo hizo Gerbado, quien llegaría a ser un religioso ejemplar.
— Esas manos ya no te pertenecen; son del Señor. De modo que vete a Cluny y refiere al abad lo sucedido.
Así lo hizo Gerbado, quien llegaría a ser un religioso ejemplar.
Gregorio Vil, sin embargo, empujado por la renovada rebeldía del codicioso
Enrique IV, tuvo
que buscar refugio en Salerno, donde antes de morir de pesadumbre habría
de exclamar:
— Amé la justicia y aborrecí la iniquidad; por eso muero en el destierro.
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