sábado, 21 de abril de 2012

LA MUERTE DE ALEJANDRO


LA MUERTE DE ALEJANDRO
Apenas trece años le bastarían a Alejandro para merecer el título de Magno y acreditarse como el caudillo más ilustre de la antigüedad.

Estratega incomparable, en tan corto plazo puso a los pies de Macedonia el orgullo de los persas, la magnificencia de Babilonia, el esplendor de Egipto, el misterio de la India... Ya lo había predicho Aristandro, el adivino áulico, cuando a punto de iniciarse la campaña de expansión imperial aconteció el prodigio de que la estatua de Orfeo, que era de madera de ciprés, comenzase a sudar copiosamente:

— Esto significa —dijo el augur— cuánto habrán de sudar los poetas y los músicos que hayan de cantar las glorias de Alejandro.

Noble, franco, dadivoso, Alejandro reverenciaba la amistad y se inclinaba ante el coraje. De ahí que, cuando el mísero Diógenes, desdeñoso de toda merced, repuso a sus ofrecimientos que sólo deseaba que se apartase porque le quitaba el sol, Alejandro, lejos de incomodarse, respondiera:

— En verdad, que de no ser Alejandro, quisiera ser Diógenes.

Sabía poner en sus rasgos de grandeza un toque único de majestad. A un antiguo servidor de su padre, Perilo, que una vez le pidió algún obsequio para dotar a su hija, ordenó que le fuesen entregados diez talentos.

— ¡Diez talentos, Señor! —se escandalizó el criado—. Con uno bastará.

Bastará para Perilo —repuso el caudillo—, mas no para Alejandro.

Treinta y tres años contaba cuando, víctima de una fiebre pútrida contraída después de un banquete, le llamó la muerte. No dejaba descendencia y los generales que le rodeaban le preguntaron a quién legaba el imperio.

— Al más digno —respondió — , aunque preveo que mis funerales van a ser sangrientos.

Tampoco en esto habría de equivocarse. Hoy, sobre su sepulcro, campea esta leyenda: "Una tumba es suficiente para aquel a quien el Universo no bastaba".

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