SCHUBERT, UN GENIO INFORTUNADO |
¡Desdichado Schubert! Lo decía él, que poseía el don, casi milagroso, de la melodía; que había puesto música — imperecedera música— a más de seiscientos poemas; que había compuesto sinfonías, cuartetos, sonatas, óperas y otro sin fin de páginas inmortales.
Hasta Beethoven, nada generoso con el mérito ajeno, lo había dicho con asombro:
— Ciertamente, ese Schubert posee la chispa divina.
— Ciertamente, ese Schubert posee la chispa divina.
Daba igual. Vencido por una vida no demasiado risueña, extraviado en un limbo de romanticismo exaltado, durante el verano de 1 828, cuando se hospedaba como de costumbre en casa de un amigo vienes, Schubert se sintió enfermo. Era tifus abdominal. El desenlace sobrevino con rapidez. El 18 de noviembre, rodeado de sus camaradas de bohemia, dejaba de existir. Tenía 32 años. Viena le vio partir sin conmoverse, pero Schwind, su gran amigo, escribiría aquel día: "Schubert ha muerto, y con él lo más brillante y hermoso que poseíamos".
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