miércoles, 1 de febrero de 2012

LA LLAMADA DE DIOS


LA LLAMADA DE DIOS
Francisco de Borja lo era todo en el mundo: esposo feliz, aristócrata brillante, caballerizo mayor de la Emperatriz Isabel e íntimo amigo del César Carlos, a quien había acompañado en diversas campañas. Pero en el espíritu de aquel hombre anidaba una secreta llama de inquietud que se avivaba cada día ante el espectáculo de la muerte. Así, dos hechos, a cual más doloroso, iban a decidir finalmente su renuncia total a las glorias del mundo: la muerte, en sus brazos, del poeta y amigo Garcilaso de la Vega, y la contemplación de los despojos mortales de la Emperatriz Isabel.

— No volveré a servir a señor que se me pueda morir —dijo.
Y, en efecto, hecha renuncia formal de todos los cargos, títulos y dignidades, el día 1 de febrero de 1 548, ya viudo, ingresó en la Compañía de Jesús. Cursó con brillantez la carrera eclesiástica, y a la muerte de Laínez aceptó, no sin escrúpulo, el Generalato de la Orden, si bien rehusó el capelo cardenalicio que insistentemente le ofrecía el Sumo Pontífice. Pero ni siquiera desde tan alta posición habría de eludir las labores más humildes.

Cuando una vez le visitó en Roma Ruy Gómez, privado de Felipe II, le halló barriendo la calle.

— Esperad —dijo Francisco— a que acabe de barrer lo que el hermano, a quien debo obediencia, me ha señalado.

Otro día, como recibiese una carta del rey de Cerdeña con esta dirección: "Al llustrísimo Señor Don Francisco de Borja, duque de Gandía", ni siquiera la abrió; la hizo devolver por el mismo mensajero, después de haber escrito en el sobre: "Un tal ilustrísimo y un tal duque de Gandía no se hallarán hoy en toda la Tierra; sí un Padre, Francisco de Borja, de la Compañía de Jesús, el cual queda al servicio de Vuestra Excelencia".

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