jueves, 2 de febrero de 2012

MERINO, EL REGICIDA


MERINO, EL REGICIDA
a de capilla pública en el templo madrileño de Atocha. Por ser la festividad de Las Candelas, la reina Isabel II había llevado aquella tarde a la iglesia, en acto de presentación, al segundo fruto de su matrimonio, la infanta María de la Concepción. De regreso a Palacio, el público se arracimaba por doquier para expresar su simpatía a la soberana. Mezclado entre aquel enjambre de curiosos hallábase un hombre vestido con ropas talares. Era Martín Merino, clérigo desequilibrado, prestamista, hombre, en fin, de nebulosa conducta que profesaba un odio demencial a la reina. Observaba con ojos muy atentos, y no bien tuvo a su alcance el cortejo sacó un puñal y, abalanzándose sobre la soberana, le asestó una furiosa puñalada.

Tras un instante de estupefacción, los guardias y la gente se precipitaron sobre el regicida y le redujeron en el acto.

— ¡Ya tiene bastante! —exclamó Merino con exaltación.

Pero se equivocaba. Mal dirigida, la puñalada no afectó ningún órgano vital de la soberana, que se repondría en seguida.
Merino, empero, fue sometido a juicio sumarísimo y condenado a la última pena. Cuando en el curso del interrogatorio se le preguntó si tenía cómplices, respondió con orgulloso desdén:

— ¿Cómplices? ¡En España no hay dos hombres como yo!

Se dispuso la inmediata degradación canónica del reo, y cinco días después era ajusticiado públicamente a garrote.

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