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| EL COLMO DE UN TIRANO |
El despotismo de Rosas no conocía límites. Una tarde, su amanuense particular le leía las pruebas de una oda servil que debía aparecer en la Gaceta Oficial del día 25, fiesta nacional del país...
El pueblo te venera,
y el argentino sabe que en tus manos
flameará, victoriosa, la bandera...
y el argentino sabe que en tus manos
flameará, victoriosa, la bandera...
— ¡Alto ahí! —interrumpió de pronto el dictador—. Este último verso no me gusta. Donde dice bandera ponga usted estandarte.
— ¡Pero Excelentísimo Señor! —osó argüir, escandalizado, el amanuense—. Comprenda usted que estandarte no rima con venera y que así el verso...
Rosas, que no tragaba un pelo, estampó un sonoro puñetazo sobre la mesa y gritó fuera de sí:
— ¡Ea! Cállese usted la boca y ponga estandarte, si no quiere que le mande degollar por salvaje unitario.
Solo la derrota militar acabó con la tiranía de aquel bárbaro. Cuando el día 6 de febrero de 1852, a bordo de un barco inglés, emprendió el camino de Europa, hasta las musas rioplatenses respiraron con alivio.
Rosas, que no tragaba un pelo, estampó un sonoro puñetazo sobre la mesa y gritó fuera de sí:
— ¡Ea! Cállese usted la boca y ponga estandarte, si no quiere que le mande degollar por salvaje unitario.
Solo la derrota militar acabó con la tiranía de aquel bárbaro. Cuando el día 6 de febrero de 1852, a bordo de un barco inglés, emprendió el camino de Europa, hasta las musas rioplatenses respiraron con alivio.

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