sábado, 4 de febrero de 2012

CARULLA, UN QUIJOTE DE LA FE

CARULLA, UN QUIJOTE DE LA FE
José María Camila era natural de Igualada (Barcelona). Estudió Leyes y por un tiempo ejerció la abogacía en Madrid. Mas no por esto iba a ocupar su nombre un suelto necrológico en la prensa de aquel día. Los títulos de Camila a la "inmortalidad" eran muy otros. Piadoso, exaltadamente piadoso, Camila había servido corrió zuavo de la guardia pontificia. Y cuando los excesos revolucionarios despojaron al Papado de sus Estados, la voz de Camila se alzó, tonitronante, pidiendo una Cruzada para restituírselos. Animado por igual sentimiento de religiosidad, militaría también bajo las banderas del carlismo en la fase declinante de aquella contienda fratricida que ensangrentó al país.

Pero ni todo esto bastó a satisfacer la fiebre piadosa de Camila. Tentado por el gusanillo literario, quiso tocar también ese registro. Y se puso a escribir. Copiosa, torrencialmente. No se paraba en barras. Un día concibió la idea de poner la Biblia en verso — ¡ahí era nada! — y se aplicó a la tarea.
Vivió Jacobo en tiendas y evitaba sencillo las contiendas...
, no era precisamente la del Dante la inspiración de Camila, pero ahí quedaba eso. ¡Sesenta y tres gruesos volúmenes de frondosa versificación! La crítica, ni que decir tiene, se cebó con él. Tanto, que aquello de "la Biblia en verso" adquirió, desde entonces, carácter proverbial para designar cualquier desmesura o empeño descabellado.

Pero Camila estaba en la Historia, o siquiera en la pequeña historia. Y el pontífice reinante, benévolamente, recompensó el quijotesco desvarío de aquel santo varón otorgándole la cruz Pro ec-clesia et Pontífice.

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