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| ARRIETA, UN MÚSICO JOCUNDO |
Por sus días de director del Conservatorio madrileño alojábase en una humilde pensión de la calle del Desengaño, cuyo excusado, por obvias razones, difundía un hedor insoportable. Arrieta se quejó a la patrona, y ésta, apuradísima, trató de sofocar la fetidez a fuerza de agua. Mas como ni así lo consiguiese, la buena mujer no tuvo mejor ocurrencia que quemar azúcar. Cuando entró Arrieta en casa, la nariz se le reviró con redoblada violencia.
— ¡Pero qué ha hecho usted, señora!
— ¡Pero qué ha hecho usted, señora!
— ¡Que qué he hecho! Pues ya lo ve usted, don Juan: quemar azúcar.
— ¡Ay, señora mía! Con azúcar está peor.
La expresión hizo tal fortuna que quedó para siempre en el lenguaje coloquial como retruécano de todo recurso contraproducente.
Más tarde Arrieta se fue a vivir a la calle de San Quintín, y cuando ocasionalmente le preguntaban por el domicilio, respondía siempre:
— En el número ocho de la que se armó tiene usted su casa.La expresión hizo tal fortuna que quedó para siempre en el lenguaje coloquial como retruécano de todo recurso contraproducente.
Más tarde Arrieta se fue a vivir a la calle de San Quintín, y cuando ocasionalmente le preguntaban por el domicilio, respondía siempre:
Ni siquiera en los instantes inmediatos a la muerte le abandonó el buen humor. En la tarde del 9 de febrero, ya gravísimo, seguía bromeando como si tal cosa con los amigos y discípulos que le acompañaban.
— Qué, ¿cómo se encuentra usted hoy, maestro? —le preguntó uno, llegado a última hora.
— Mal, muy mal, muchacho —repuso el músico—. Tan mal, que si al amanecer me dicen que la he hincado, no me chocaría nada.

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