sábado, 11 de febrero de 2012

EL JUICIO DEL PAPA FORMOSO


EL JUICIO DEL PAPA FORMOSO
La muerte de Carlomagno tuvo múltiples y funestas consecuencias. No sólo motivó la desmembración del imperio franco, sino la quiebra del poder temporal de la Iglesia. En la elección de los pontífices, por espacio de un siglo, intervendrían dos poderosas familias rivales: la toscana de los Túsculo y la espoletina de los Crescenzo.

El Papa Formoso había ceñido la tiara por obra de la primera, en reñida oposición con la segunda. Reinó cuatro años, y al morir (al parecer envenenado) los de Espoleto lograron imponer su propio candidato, Esteban VI, quien al dictado de las viejas rencillas ordenó abrir juicio postumo contra el difunto Formoso.

Convocado el tribunal, se procedió a exhumar el cadáver de Formoso, conduciéndolo hasta la sala sinodal y acomodándolo ante los jueces en una silla de brazos. Un viejo diácono, situado al pie, actuaría como abogado defensor. Abierta la audiencia, el Papa Esteban interpeló así al difunto:

— ¿Por qué, hombre ambicioso, has usurpado la cátedra apostólica?

El diácono tomó la palabra para argüir en defensa del difunto, pero un tumulto de voces airadas le hizo callar. Con ello, la sentencia condenatoria se precipitó.
Despojado de todos los atributos sagrados, cortada la cabeza y amputados tres dedos —los de bendecir— el despojo mortal de Formoso fue arrojado al Tí-ber entre el bárbaro abucheo de la plebe romana.

Algún tiempo después, unos pescadores hallaban por azar los ultrajados restos. Piadosamente recogidos, decidieron trasladarlos a San Pedro. Y cuando la fúnebre comitiva pisaba el atrio de la basílica, es fama que las estatuas de los santos allí emplazados inclinaron reverentemente sus cabezas.

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