LA REBELIÓN DE LAS GUADAÑAS |
Las potencias fronterizas con Polonia —
Prusia, Austria y Rusia— habían ya consumado el segundo reparto de este
martirizado país, cuando una comisión de patriotas se trasladó a Dresde
(Alemania) para ofrecer el caudillaje de la rebelión a Tadeo Kosciuszko, azote
un día de los rusos y laureado luchador, cerca de George Washington, en la
guerra de emancipación norteamericana. Kosciuszko aceptó el liderazgo.
Decretada la movilización general, puso en pie un ejército de campesinos,
armado tan sólo con horquillas y guadañas.
Lo demás —qué remedio— se
fiaba al valor. Pero sólo con eso se hizo el milagro. Y aquel día, 4 de abril,
los campos de Raclawice asistieron con pasmo al repliegue del ejército ruso
bajo la acometida de las guadañas polacas.
Aquello, sin embargo, no era sino el primer acto de un nuevo drama nacional.
Repuestos del revés, rusos y prusianos, coaligados, se dispusieron a devolver
el golpe.
Maciejowicw, 10 de octubre. No bien roto el fuego, las cosas rodaron
adversamente para los polacos. Esta vez, el poderío doblegaba al heroísmo.
Viéndolo todo perdido, Kosciuszko quiso, al menos, salvar la caballería. Y
aún pugnaba por hacerlo cuando su montura resbaló en el borde de un pantano y
dio en tierra con el jinete. Los cosacos se abalanzaron
sobre él,
intimándole a la rendición. Sordo a las voces, Kosciuszko siguió batiéndose
denodadamente hasta que un certero sablazo le abatió.
—¡Finís Poloniae!— —exhaló
entonces, con infinita amargura, el general.
Así sería, en efecto, durante largos años. Con razón, aunque infame, pudo
decir sólo días después el victorioso general Souvarow a su
"padrecito" el zar:
— La paz reina en Varsovia.
— La paz reina en Varsovia.
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