jueves, 5 de abril de 2012

EL ÚLTIMO ABRAZO DE DANTON


EL ÚLTIMO ABRAZO DE DANTON
A George-Jacques Danton, antiguo abogado del Consejo del Rey, le aguardaba el más triste destino en la Revolución Francesa: perecer en su propio caldo de cultivo. Ideólogo extremoso, agitador vehemente, con su actuación en el seno de la Comuna no sólo contribuyó al derrocamiento de la Monarquía, sino que propició sin querer el advenimiento del Terror, cuyas riendas tomó en sus manos el sangriento Robespierre. Cuando Danton cayó en la cuenta, ya era tarde; había sido reducido a prisión y condenado a morir.

— Como autor del tribunal revolucionario — dijo con inútil contrición — , pido perdón a Dios y a los hombres.

La carreta que había de llevarle al patíbulo aguardaba ya a la puerta de la prisión de Luxemburgo. En ella irían también otros doce condenados, además de su amigo y colega Camilo Desmoulins. Al pie ya de la guillotina, Danton quiso abrazar al amigo, pero el verdugo se opuso.

— ¡Ah! —exclamó teatralmente Danton—.

No podrás impedir que nuestras cabezas se abracen en el mismo cesto.

— Y, en seguida, añadió:— Al menos, enseña mi cabeza al pueblo, ¡vale la pena!

Este último deseo sí fue satisfecho por el verdugo. Y el pueblo, que asistía al espectáculo, acogió con palmoteo la presencia del lúgubre despojo.

Así, entre crueles aplausos, culminó la tragedia de aquel revolucionario que al decir de Lamartine poseía todas las cualidades de los grandes hombres, menos la virtud.

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