martes, 3 de abril de 2012

LA MALDICIÓN DE SANTA ENGRACIA


LA MALDICIÓN DE SANTA ENGRACIA
La infanta María, hija del rey Don Manuel El Afortunado, era muy devota de Santa Engracia, la mártir extremeña que por negarse a dar su mano a un cacique moro había perecido decapitada bajo las iras del pretendiente, quien en el colmo del despecho arrojó luego la cabeza al Guadiana. Movida por aquella piadosa devoción, la infanta María decidió patrocinar la fundación en Lisboa de un convento dedicado a la memoria de la santa mártir. Por su atrevido proyecto, coronado con cuatro torres, el templo de Santa Engracia prometía convertirse en una de las joyas arquitectónicas más valiosas del siglo.

Pero sucedió que, avanzada ya la construcción del edificio, un día llevaron a ajusticiar a un joven, acusado de haber profanado la Sagrada Forma. Al pasar por delante de las obras, el joven exclamó con grandes voces:

— ¡Mi inocencia es tan cierta como que las obras de Santa Engracia no se acabarán jamás!

Al poco tiempo, en efecto, se descubrió que el ajusticiado no había sido culpable de la profanación, pero sus terribles palabras se cumplieron al pie de la letra. Inexplicablemente, la cúpula del edificio se vino abajo una y otra vez, en vista de lo cual finalmente se desistió de proseguir las obras, y el convento, pese a todos los requerimientos ulteriores, acabó por convertirse en un simple depósito de intendencia.

Desde entonces, la expresión "esto es como las obras de Santa Engracia" equivale en Portugal a descalificar por imposible cualquier empeño desmesurado e interminable.

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