miércoles, 21 de marzo de 2012

UN RESPONSO DE TALLEYRAND


UN RESPONSO DE TALLEYRAND
Sería Talleyrand, el maquiavélico consejero de Bonaparte, quien llevase al ánimo de éste la conveniencia de apoderarse, bajo sospecha de conspiración, de Luis Enrique de Borbón-Condé, duque de Enghien. Vivía el duque a la expectativa, sobre la frontera de Francia, al otro lado del Rin. Napoleón, sólo Primer Cónsul aún, ordena sin vacilar el plan de captura de aquel peligroso rival.

— Su indulto, desde luego, está decidido — responde, atemperador, a los reparos de su hermano José — ; pero deseo fortalecer mi posición teniendo a ese hombre a buen recaudo.

Trescientos dragones, minuciosamente instruidos, ejecutan el golpe, y cuatro días más tarde el peligroso adversario se halla en la fortaleza de Vin-cennes. Sin demora se procede a juzgarle. Un consejero de Estado, al dictado del ausente gran mandarín de Francia, le interroga. "¿Ha estado usted...?" "¿Planeaba usted...?" "¿Recibía usted...?" "¡No, no, no...!", responde a todo, con rotunda firmeza, el cautivo. Sólo a la última de las preguntas, más tortuosa aún que las anteriores, acaba por gritar explícitamente:

— ¡Un Conde no puede regresar a su patria sino con las armas en la mano!

La causa está vista: culpable. No hay ninguna evidencia, pero da lo mismo. El peligroso adversario, de todos modos, debe morir. Los doce oficiales del tribunal firman sin titubear la sentencia de muerte. Y en la madrugada del día siguiente — 21 de marzo — , el duque de Enghien cae como un valiente bajo las balas del piquete de ejecución.

Al enterarse Talleyrand, el gran Tartufo, dice la última palabra:

— Eso ha sido peor que un asesinato; ha sido una torpeza.

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