UN RESPONSO DE TALLEYRAND |
Sería Talleyrand,
el maquiavélico consejero de Bonaparte, quien llevase al ánimo de éste la
conveniencia de apoderarse, bajo sospecha de conspiración, de Luis Enrique de
Borbón-Condé, duque de Enghien. Vivía el duque a la expectativa, sobre la
frontera de Francia, al otro lado del Rin. Napoleón, sólo Primer Cónsul aún,
ordena sin vacilar el plan de captura de aquel peligroso rival.
— Su indulto, desde luego, está decidido — responde, atemperador, a los
reparos de su hermano José — ; pero deseo fortalecer mi posición teniendo a
ese hombre a buen recaudo.
Trescientos dragones, minuciosamente instruidos, ejecutan el golpe, y cuatro
días más tarde el peligroso adversario se halla en la fortaleza de Vin-cennes.
Sin demora se procede a juzgarle.
Un consejero de Estado, al dictado del ausente gran mandarín
de Francia, le interroga. "¿Ha estado usted...?" "¿Planeaba
usted...?" "¿Recibía usted...?" "¡No, no, no...!",
responde a todo, con rotunda firmeza, el cautivo. Sólo a la última de las
preguntas, más tortuosa aún que las anteriores, acaba por gritar
explícitamente:
— ¡Un Conde no puede regresar a su patria sino con las armas en la mano!
La causa está vista: culpable. No hay ninguna
evidencia, pero da lo mismo. El peligroso adversario, de todos modos, debe
morir. Los doce oficiales del tribunal firman sin titubear la sentencia de
muerte. Y en la madrugada del día
siguiente — 21 de marzo — , el duque de Enghien cae como un valiente bajo
las balas del piquete de ejecución.
Al enterarse Talleyrand, el gran Tartufo, dice la última palabra:
— Eso ha sido peor que un asesinato; ha sido una torpeza.
— Eso ha sido peor que un asesinato; ha sido una torpeza.
No hay comentarios:
Publicar un comentario