MARCO AURELIO, EL EMPERADOR FILÓSOFO |
Marco Aurelio, el Emperador Filósofo,
se disponía a morir víctima de la peste a las puertas de Vindobona, en Viena.
Un tribuno, sin embargo, se acercó al lecho del moribundo y obediente a la
norma le pidió la consigna.
— Dirígete al sol que nace —balbució el Emperador—, porque yo me
pongo.
Y, en efecto, con las claras del día dejó de existir. Había reinado
durante 1 9 años, entre dificultades, guerras no deseadas
y con una ardiente sed de paz, de justicia y de templanza. Este ideal
es-toicista de Marco Aurelio, aprendido bajo el pupilaje del maestro Frotone, se
había puesto ya de
manifiesto en vísperas de ascender al trono. Mostraba entonces una profunda
tristeza, y como su madre, sorprendida, se lo hiciese notar, exclamó
apesadumbrado:
— Voy a reinar ¡y os extrañáis de mi melancolía!
En las pausas de campaña
escribía máximas y pensamientos de contenido casi cristiano. "La mejor
manera de vengarse de un enemigo es no parecér-sele". "Pronto lo
olvidarás todo; pronto serás olvidado".
No se cansaba de predicar la misericordia y el perdón entre los hombres. Y
cuando una vez, víctima él mismo de cierta conjura cortesana, hubo de remitir
al Senado para dictamen los autos del
proceso, lo hizo con esta advertencia:
— Quedan exentos
de castigo y de toda nota de infamia cuantos participaron en la conjuración, y
sea dicho, en vuestro honor y en el mío, que nadie por ello sufrió daño sino
los que perecieron en los comienzos de la insurrección. ¡Lástima que a éstos
no pueda devolverles la vida! La venganza es indigna de un monarca.
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