LA ULTIMA "OPERACIÓN" DE JUAN J. ASTOR |
La noticia ocupó
aquel día la primera plana de todos los periódicos de Nueva York: Juan Jacobo
Astor, el hombre más rico de los Estados Unidos, acababa de morir.
Dejaba tras de sí una historia fascinante. Hijo de un carnicero alemán, a
los 1 6 años había marchado a Inglaterra. Avecindado poco después en los
Estados Unidos, supo entrever los beneficios que podrían derivarse del tráfico
de pieles y, aplicado a este objetivo, llegó a monopolizar prácticamente el
comercio del ramo. Merced a ello al morir, dejaba una fortuna evaluada en 20
millones de dólares, cantidad a la que su hijo y heredero universal Williams
habría de añadir, andando el tiempo, un cero más.
Pero como buen archimillonario, el viejo Astor no había amasado aquella
fortuna de rositas y por arte de birlibirloque. Muy al contrario, era fruto del
apego que siempre había dispensado al dinero. Ni siquiera en la ancianidad
descuidaba la atención de sus intereses, por menudos que fuesen. Así, cuando
un buen día, pocos antes de fallecer, entró un empleado a decirle que cierta
dama no podía hacer efectiva una renta vencida, Astor se encolerizó hasta tal
punto que el empleado, temiendo por
la salud del amo... y aun por la de la señora,
corrió a informar del hecho al hijo del nabab. Más generoso, éste resolvió
el conflicto dándole al empleado la cantidad adeudada para que en nombre de la
señora se la entregase a su padre. Al recibirla, el viejo Astor se puso
contentísimo.
— ¡Cuándo yo digo —manifestó con ufanía— que no hay como la mano
dura para sacudir a los morosos!...
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