EL OCASO DE BRUMMELL |
A comienzos del siglo XIX apareció
en la corte londinense, brotado del anonimato, un personaje singular. Se llamaba
Jorge Brummell y era nieto de un oscuro pastelero, pero por su elegancia en el
vestir e impertinentes maneras alcanzó pronto tan mítica reputación que no
tardó en llamársele "Lord Brummell", "el bello Brummell" y
aun "el rey de la moda". Tan lejos llegó la fama de este dandy que
el propio príncipe de Gales (luego Jorge IV)
le acogió,
complacido, en el círculo de su amistad.
Así de bonancibles iban las cosas para Brummell cuando una vez, en el
transcurso de una cena íntima, como quiera que desde el sitio donde se sentaba
no alcanzase el cordón de la campanilla de servicio, vuelto hacia el príncipe
le dijo con desmaño:
— Jorge, tira del cordón.
— Jorge, tira del cordón.
Jorge obedeció con
aparente impasibilidad, pero en seguida, dirigiéndose a un criado, ordenó:
— Avisa al coche del señor Brummell.
Así comenzó el ocaso del legendario petimetre. Regresó al suntuoso apartamento que poseía en la calle de Chester-field y a la mañana siguiente partía para Calais, en Francia, dispuesto a esperar que la corte, nostálgica de su presencia, viniese a reclamarlo.
Pero Londres se olvidó por completo de él hasta que, al cabo de los años, vino a saberse que había ingresado en prisión, víctima de las deudas y de la vida disipada. Aún, como última merced, se le concedió una generosa pensión, pero llegaba tarde. Recluido en un asilo y con la razón perdida, el "arbitro de la elegancia" había dejado de existir.
Así comenzó el ocaso del legendario petimetre. Regresó al suntuoso apartamento que poseía en la calle de Chester-field y a la mañana siguiente partía para Calais, en Francia, dispuesto a esperar que la corte, nostálgica de su presencia, viniese a reclamarlo.
Pero Londres se olvidó por completo de él hasta que, al cabo de los años, vino a saberse que había ingresado en prisión, víctima de las deudas y de la vida disipada. Aún, como última merced, se le concedió una generosa pensión, pero llegaba tarde. Recluido en un asilo y con la razón perdida, el "arbitro de la elegancia" había dejado de existir.
No hay comentarios:
Publicar un comentario