GUSTAVO III, UN REY GENEROSO |
Cuando en 1771 ascendió
al trono, la primera tarea de este monarca fue sacudirse la influencia de los
nobles, cuyas prerrogativas asumió en beneficio de toda la nación. Dio a
Suecia una nueva Constitución, mantuvo la libertad de Prensa, garantizó a los
extranjeros el libre ejercicio de sus cultos, reorganizó las Fuerzas Armadas y
dictó, en fin, una serie de innovadoras medidas —justas y provechosas todas—
que le granjearon en seguida la gratitud del pueblo. Pero aquella política, a
un tiempo autocrática y liberal, disgustaba hondamente a la nobleza, en cuanto
menoscababa sus antiguos privilegios. Gustavo era consciente de ello, pero
mantuvo firmemente la línea de gobierno trazada. Y cuando cierto cortesano,
queriendo congraciarse con él, se disponía a hacerle una confidencia que
comprometía gravemente a un grupo de nobles, Gustavo le contuvo con estas
palabras:
— Reconciliaos primero con esos enemigos para que yo pueda luego creeros a
vos.
A este talante noble y caballeresco unía Gustavo un profundo sentido de la
realeza. De ahí que, deseoso de ver repuesta la autoridad real en Francia, en
1772 se trasladase a Aquisgrán para ponerse de acuerdo con los partidarios de
Luis XVI. Pero
cuando asistía en el
teatro de la Opera a un baile de máscaras,
fue víctima de un
atentado y cayó herido de muerte. No bien atendido en una primera cura de
urgencia, preguntó con desasosiego si el regicida había sido detenido.
— Aun no, Majestad —le respondieron.
Entonces exhaló un suspiro de alivio y exclamó:
— ¡Quiera Dios que ese desdichado pueda escapar!
Diez y seis días después —26 de marzo— aquel nobilísimo monarca dejaba de existir.
Entonces exhaló un suspiro de alivio y exclamó:
— ¡Quiera Dios que ese desdichado pueda escapar!
Diez y seis días después —26 de marzo— aquel nobilísimo monarca dejaba de existir.
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