lunes, 26 de marzo de 2012

GUSTAVO III, UN REY GENEROSO


GUSTAVO III, UN REY GENEROSO
Cuando en 1771 ascendió al trono, la primera tarea de este monarca fue sacudirse la influencia de los nobles, cuyas prerrogativas asumió en beneficio de toda la nación. Dio a Suecia una nueva Constitución, mantuvo la libertad de Prensa, garantizó a los extranjeros el libre ejercicio de sus cultos, reorganizó las Fuerzas Armadas y dictó, en fin, una serie de innovadoras medidas —justas y provechosas todas— que le granjearon en seguida la gratitud del pueblo. Pero aquella política, a un tiempo autocrática y liberal, disgustaba hondamente a la nobleza, en cuanto menoscababa sus antiguos privilegios. Gustavo era consciente de ello, pero mantuvo firmemente la línea de gobierno trazada. Y cuando cierto cortesano, queriendo congraciarse con él, se disponía a hacerle una confidencia que comprometía gravemente a un grupo de nobles, Gustavo le contuvo con estas palabras:

— Reconciliaos primero con esos enemigos para que yo pueda luego creeros a vos.

A este talante noble y caballeresco unía Gustavo un profundo sentido de la realeza. De ahí que, deseoso de ver repuesta la autoridad real en Francia, en 1772 se trasladase a Aquisgrán para ponerse de acuerdo con los partidarios de Luis XVI. Pero cuando asistía en el teatro de la Opera a un baile de máscaras, fue víctima de un atentado y cayó herido de muerte. No bien atendido en una primera cura de urgencia, preguntó con desasosiego si el regicida había sido detenido.

— Aun no, Majestad —le respondieron.

Entonces exhaló un suspiro de alivio y exclamó:

— ¡Quiera Dios que ese desdichado pueda escapar!

Diez y seis días después —26 de marzo— aquel nobilísimo monarca dejaba de existir.

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