domingo, 25 de marzo de 2012

DE LA ESPADA AL CRUCIFIJO


DE LA ESPADA AL CRUCIFIJO
igo de Loyola era hijo de ilustre familia guipuzcoana. Tras servir como paje junto al caballero castellano Juan Ve-lázquez de Cuéllar, pasó a las mesnadas del virrey de Navarra. Allí, ya capitán, le sorprendería en 1 521 el ataque francés para apoderarse de la fortaleza de Pamplona, cuyos muros se hallaban aún sin terminar. Herrera, el comandante de la plaza, dudaba en resistir, y fue menester que Ignacio inflamase el valor de los sitiados para mantenerlos firmes. Pero al cabo de cinco horas de intenso bombardeo, la fortaleza se rindió e Ignacio, herido en ambas piernas, hubo de ser evacuado a Loyola. Allí, en medio de infinitos dolores, se le intervino quirúrgicamente.

Pero le aguardaba una larga convalecencia y, para conllevarla, Iñigo tomó los únicos libros —piadosos todos — que había en la casa. El efecto fue fulminante: subyugado por aquellas lecturas, el ideal galante y caballeresco que animaba al joven vascongado se trocó en ansia vehemente de perfección interior. Aun no veía claro, pero en cuanto pudo se encaminó al Monasterio de Montserrat, donde el día 25 de marzo de 1 522, desceñido de la espada y vistiendo un sayal de tosca tela, veló sus armas a los pies de la Virgen.

En la tarde de aquel mismo día descendió de la santa montaña y se dirigió a Manresa. Buscaba el retiro de una cueva, a orillas del río Cardoner, para entregarse a las más severas pruebas de as-cesis y meditación. De entonces datan sus primeras experiencias sobrenaturales, fruto de las cuales iba a ser el famoso Libro de Ejercicios, admirable guía ascética de la milicia espiritual —la Compañía de Jesús— que el antiguo soldado se disponía a poner en pie.

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