EL HOMBRE DEL PLAN |
A decir verdad, Marshall, "el general de la suave voz", se merecía
esa y otras muchas distinciones. No sólo era un excelente soldado —"el
mejor de los Estados Unidos", en opinión generalizada—, sino un
político escrupuloso y un habilísimo negociador. Poseía una cabeza
perfectamente organizada. Su memoria, parangonable a la de Napoleón,
constituía a la vez el terror y la envidia de sus adversarios. Los periodistas,
en cambio, se la agradecían infinito.
Una vez, siendo aún Jefe del Estado Mayor del Ejército norteamericano en
Argel, había convocado una rueda de Prensa,
a la que acudieron sesenta corresponsales.
— Señores —les
dijo el general con toda sencillez — , a fin de simplificar las cosas y
ahorrar tiempo, me permito rogarles que cada uno formule por adelantado sus
preguntas.
No sin sorpresa, los periodistas lo hicieron así. Luego, el general se puso
a hablar. Lo hizo ininterrumpidamente por espacio de cuarenta minutos. A nada ni
a nadie dejó de contestar. Y aún más: al responder, se dirigía
individualizadamente, con cortés deferencia, al respectivo interesado.
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