jueves, 15 de marzo de 2012

EL FIN DE JULIO CÉSAR


EL FIN DE JULIO CÉSAR
La carrera cívico-militar de Julio César había sido verdaderamente espectacular. Apuesto, valeroso, irónico, elegante escritor, supo ensanchar con brillantez las fronteras de Roma hasta afirmar su encumbramiento, como dictador per-pettuus, con la derrota en Farsalia de su antiguo asociado en el poder, el triunviro Pompeyo.

Se confirmaba así el vaticinio del dictador Sila, quien, cuando César contaba apenas 1 6 años, había advertido:

— Guardaos de ese joven tan mal ceñido, porque en su persona se ocultan muchos Marios.

En efecto, no bien dueño del poder, César se dejó embriagar por él y atropello sin miramiento todas las formas legales y morales del Estado romano. Secretamente aspiraba a ceñir la diadema real, al modo de Alejandro, cuya ejecutoria ejercía sobre él vehemente fascinación. De ahí su famosa baladronada Veni, vid/', vici (llegué, vi y vencí), con la que otro día, tras su victoriosa campaña por Oriente, había asombrado a Roma. Pero Roma, ahora, gemía bajo su despotismo y la conjura de los poderosos no se hizo esperar. Andaban en ella patricios relevantes: desde Marco Bruto, su hijo adoptivo, hasta Cayo Casca, Cinna y Cayo Ligorio.

Ocurrió en el Capitolio, al pie mismo de la estatua de Pompeyo, el gran derrotado. De improviso, bajo pretexto de solicitar perdón para sus hermanos desterrados, uno de los patricios se adelantó hasta César. En ese instante, el puñal de Cayo Casca le descargó el primer golpe. César se revolvió, presto a vender cara su vida, pero al advertir que entre los conjurados se hallaba su hijo adoptivo, depuso toda resistencia, exclamando con amargura:

— ¡Tú también, hijo mío...!

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