ARTISTA HASTA EL FIN |
Alonso Cano vino al mundo en Granada un día
de San José. Al igual que Miguel Ángel iba a ser pintor, escultor y arquitecto
de insignes calidades. Pero también duelista, pendenciero y hombre, en suma, de
una vida sentimental tan agitada y turbulenta que cuando en los umbrales de la
senectud buscó el auxilio de la religión y protegido por el rey Felipe IV
(de cuya corte era pintor) obtuvo el cargo de racionero
en la catedral de Granada, el Cabildo en pleno se negó
a admitirle. Incluso se trasladó a la corte una comisión con objeto de pedir
al monarca que revocase la orden, aduciendo que Alonso Cano era un indocto y un
estúpido. Pero el rey, que tenía en altísima estima los méritos de Cano,
replicó a los comisionados:
— ¿Quién os asegura que si Alonso Cano fuese hombre de letras no
llegaría al Arzobispado de Toledo? Andad, andad, que hombres como ese sólo los
hace Dios.
Los comisionados, pues, hubieron de regresar con las orejas gachas. Pero
pronto, por fortuna, mudarían de opinión. Contra todo pronóstico, Cano
mostró en seguida las mejores disposiciones para el ejercicio de su nuevo estado
y el Cabildo acabó
por sentirse satisfechísimo de tenerle entre los suyos.
Sólo cuando se hallaba próximo a morir vino a causarles momentáneo
sobresalto. Para asombro de todos, se negaba a recibir los últimos auxilios de
un sacerdote que sostenía en la mano un tosco crucifijo. Aun se miraban todos
entre sí con estupor cuando el moribundo, dificultosamente, articuló:
— Padre, quitad por caridad de mi presencia esa horrenda escultura y mos-tradme una sencilla cruz, que yo idealizaré dignamente a Jesucristo.
— Padre, quitad por caridad de mi presencia esa horrenda escultura y mos-tradme una sencilla cruz, que yo idealizaré dignamente a Jesucristo.
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