viernes, 24 de febrero de 2012

TODO SE HA PERDIDO...


TODO SE HA PERDIDO...
La fortaleza de Pavía estaba guarnecida por 2.000 españoles y 5.000 alemanes, al mando del valeroso Antonio de Leiva. Poca cosa, en verdad, para Francisco, el poderoso rey de Francia. Tanto más cuanto que los imperiales, en desorden, rehuían el combate, aun cuando Pescara, en respuesta a la oferta de doscientos mil ducados para que presentase batalla, hubiese respondido:

— Decid al rey Francisco que si dineros tiene, que los guarde, que ya sé los habrá menester para pagar su rescate.

Era toda una profecía, pero a Francisco le pareció una bravata. Decididamente — se dijo—, Bonnivet, su comandante en jefe, tenía razón: había que poner sitio a Pavía y estrangularla. Pero, contra todo pronóstico, Pavía resistió la tenaza. Y lo que era peor: los imperiales, robustecidos por imprevistos contingentes llegados de Alemania, se disponían por fin a romper el cerco de la plaza.

Era la noche del 24 de febrero. A despecho del martilleante cañoneo francés, la vanguardia de Pescara abríase camino hacia el parque de Mirabello. Muy otra era, en cambio, la suerte del grueso del ejército imperial; arrollado por el ataque de los suizos de Francisco, cedía más y más. Envalentonado, el rey de Francia ordenó entonces cubrir la artillería, y abandonando el campo atrincherado se lanzó al ataque. ¡Tremendo error! Al amparo de aquel movimiento intempestivo, el marqués del Vasto dispuso el contraataque de los suyos, mientras los arcabuceros españoles, metidos entre las patas de la caballería francesas, diezmaban a placer a los jinetes.

— ¡Santiago! ¡España! ¡A ellos, que huyen!...

Así era, en efecto. Los franceses, desmoralizados, se desbandaban. En vano Francisco, caracoleante en su cabalgadura, pugnaba por hacerles volver.

— ¡Dios mío! —gritaba—. ¡Pero qué es esto!

Era la derrota. Horas después, en la amargura de la cautividad, el altivo rey de Francia escribiría a su madre: "Todo se ha perdido, menos el honor..."

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