LA HERMANA ROSALÍA |
Se llamaba, en el siglo, Juana María
Rendu. Había sido educada en el convento de San Vicente de Paúl, y durante
cincuenta años iba a consagrarse por entero al ejercicio de la caridad. Fundó
un albergue gratuito para familias pobres y vivió tres momentos decisivos de la
historia de Francia: la invasión de 1 81 5, el cólera de 1 832 y los
sangrientos disturbios de 1848. En todos ellos se portó con heroísmo. Durante
la epidemia de cólera en París, que causaba centenares de víctimas diarias,
derrochó abnegación, organizando con desprecio de la vida, el servicio de
ambulancias.
Al estallar en 1 848 la "revolución de Febrero", era ya
popularísima en París. Sus rasgos de valor corrían de boca en boca. Una vez,
ante el convento de las Hijas de la Caridad, se produjo una refriega. Cayeron
varios hombres, y las monjas, por mandato de la Hermana Rosalía, abrieron las
puertas para acudir en socorro de los heridos. Un oficial que huía aprovechó
la circunstancia para refugiarse en el establecimiento. Pero los revoltosos,
advertidos, penetraron tras él y una vez capturado se dispusieron a pasarle por
las armas. Entonces, la Hermana Rosalía se arrojó a los pies del pelotón y
exclamó, suplicante:
— Durante cincuenta años os he consagrado
mi vida. En nombre de todo el bien que haya podido haceros, os pido la vida de
este hombre.
Y aquel hombre, por los méritos
de Rosalía, salvó la vida.
Cuando, a poco, Napoleón III
subió
al trono, uno de sus primeros actos de gobierno fue el de otorgar a la abnegada
religiosa la Cruz de la Legión de Honor. Lo hizo por decreto de 28 de febrero
de 1 852. Al enterarse, la Hermana Rosalía padeció tanto en su modestia que
incluso hubo de guardar cama durante algunos días. Finalmente, comentaría con
gracejo:
— A este paso, pronto las Hermanas de la Caridad llevarán plumas en sus
tocas.
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