EL INCENDIO DEL REICHSTAG |
En la tarde del 27 de febrero de 1 933, el soberbio edificio del Reichstag
— sede de la cámara
parlamentaria de la vieja Alemania— comenzó a arder. Fulminante, voracísimo,
el fuego tiñó de rojos resplandores el plácido crepúsculo berlinés. La
conmoción se apoderó de la calle. Entre las llamas del edificio siniestrado se
vio correr a un hombre semi-desnudo. Le capturaron. ¿Quién era? Se supo en
seguida. Un holandés, Marius van der Lubbe, comunista de fila, borrachín y
pirómano convicto.
Sólo una hora después se hacía público
el comunicado oficial: "Los comunistas han incendiado el Reichstag".
Más que suficiente
para que, al dictado de Hitler, el viejo presidente Hindemburg decretase la
supresión definitiva del partido comunista y la suspensión indefinida de todos
los derechos civiles.
Con ello, en suma, el nazismo afirmaba su omnipotencia política sobre
Alemania y se preparaba para la gran aventura hegemónica emprendida en 1939.
Sobrevino la guerra, llegó la paz, y un día, doce años después, los
responsables de la hecatombe bélica hubieron de responder
de sus crímenes ante
el Tribunal de Nuremberg. Entre ellos se hallaba Goering, ex mariscal del Aire y
presidente, cuando el incencio, del Reichs-tag. De improviso, Jackson, el fiscal
norteamericano, sorprendió a Goering con esta pregunta:
— ¿Fue usted el responsable del incendio del Reichstag?
Goering, aturdido, negó airadamente. Entonces, a una señal de Jackson, el
general Franz Halder, antiguo Jefe
del Estado Mayor Alemán,
se levantó para decir:
— Sí. En 1 942, el día del cumpleaños del Führer, cuando a la hora del
almuerzo se conversaba frivolamente acerca del destruido Reischtag, Goering
interrumpió la conversación para afirmar con arrogancia: "Yo soy el
único que sabe algo del Reichstag, puesto que fui yo quien lo incendió".
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