lunes, 13 de febrero de 2012

LA ABJURACIÓN DE GALILEO


LA ABJURACIÓN DE GALILEO
Galileo Galilei, el sabio humanista y astrónomo florentino, había llegado a la revolucionaria conclusión de que la Tierra no era el centro del Universo, sino un astro rodante —un planeta—, feudatario del Sol. Si sugestiva para muchos, la teoría chocaba con la opinión de la ciencia oficial, y en razón de ello el Santo Oficio conminó al sabio a comparecer en el romano Palacio de Minerva, sede del Sagrado Tribunal, el día 1 3 de febrero de 1633. El proceso, arduo y laborioso, se alargaría hasta cuatro meses, al cabo de los cuales, previa condena del astrónomo a la abjuración de sus "errores", se convocó sesión solemne para que aquél leyese ante el tribunal el acta de abjuración.

Achacoso, encanecido, lleno de pesadumbre, el venerable anciano ocupó su puesto ante el tribunal y, oída la sentencia, principió la lectura del texto.

— Yo, Galileo Galilei, de 70 años, constituido personalmente en juicio y arrodillado ante vosotros...

Con el corazón oprimido, el alma atribulada y la voz balbuciente, Galileo leyó hasta la última sílaba de aquel escrito ignominioso, donde se negaba torpemente la obra de Dios escrita en el cielo. Al concluir, el sabio abandonó el banquillo y mientras se retiraba camino de la celda, es fama que masculló ariscamente:

¡E pur se muove! (¡Pero se mueve!).

El pontífice reinante, Urbano VIII, cuyas simpatías por Galileo eran notorias, dulcificó la pena de reclusión que llevaba aneja la sentencia, y el infortunado científico, confinado en Arcetri, pudo así proseguir con relativa calma su labor afamada y heroica.

No hay comentarios:

Publicar un comentario