EL FIN DE UN GRAN NAVEGANTE |
James Cook era ya un navegante
afamado cuando su rey, Jorge III de
Inglaterra, le confió
el mando de una tercera expedición destinada esta vez, a desvelar el viejo
enigma ártico de la existencia o no del Paso del Noroeste. Cook reunía todos
los méritos para intentarlo: larga experiencia como explorador de los mares
australes, talante humano excepcional en el trato con la marinería,
conocimiento profundo de los habitantes de las tierras vírgenes y patriotismo a
toda prueba.
Partió, pues, de Plymouth el
día 11 de junio de 1 776, y en febrero del año siguiente arribó a Nueva
Zelanda. Desde allí se dirigió a Tahití, para redescubrir después las islas
Sandwichs.
Al fin, en marzo de 1 778 puso proa a América del Norte. En las
costas de Alaska halló algunas colonias de esquimales, lo que alentó sus
esperanzas de dar cima al objetivo propuesto. Pero se hallaba sobre el paralelo
70 y las masas ingentes de hielo le cerraban el paso.
Desalentado, decidió
regresar al sur en busca de un lugar de invernada. Así tocó de nuevo en el
archipiélago de Sandwich, ahora en Hawai, isla que antes no había descubierto.
Hawai era un lugar paradisíaco, poblado de gentes apacibles cuyo rey les
recibió con hospitalidad. Pero inopinadamente —era el día 14 de febrero de 1
779 — surgió el conflicto.
Un marinero mató a un jefe indígena que había
robado una chalupa y los isleños se alzaron en armas. La amenaza era grave y,
aun repugnándole, Cook se vio obligado
a disparar. El fuego se generalizó
y cayeron algunos hombres. Cook, sin embargo, se mantenía en pie, dando cara al
enemigo. Pero cuando al pronto se volvió para ordenar a los suyos que acercasen
un bote para reembarcar a los supervivientes, los salvajes le acometieron con
furor y acabaron con él.
Así, el igual que otro día Magallanes, sucumbió aquel valiente, uno de los
más esforzados navegantes de la Historia.
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