SERENIDAD ANTE LA MUERTE |
— Desmentir una convicción interior — diría luego a este respecto— es
una bajeza; callar, en un caso como este, es deber de subdito, mas si todo lo
que se dice debe ser verdadero, no por eso es deber decir públicamente toda la
verdad.
El incidente le indujo a encerrarse aún más en sí mismo, repeliendo todo aquello que alterase su ordenado vivir. Encastillado en el Olimpo de las ideas, contemplaba los sucesos del mundo con una óptica fría y no siempre acertada. De nosotros, los españoles, llegó a decir: "Su soberbia condición se alimenta más con la aspiración a lo grande que a lo bello. No puede decirse, sin embargo, que el español sea más soberbio que cualquier otro pueblo, pero sí que lo es de un modo portentoso, raro e insólito".
El incidente le indujo a encerrarse aún más en sí mismo, repeliendo todo aquello que alterase su ordenado vivir. Encastillado en el Olimpo de las ideas, contemplaba los sucesos del mundo con una óptica fría y no siempre acertada. De nosotros, los españoles, llegó a decir: "Su soberbia condición se alimenta más con la aspiración a lo grande que a lo bello. No puede decirse, sin embargo, que el español sea más soberbio que cualquier otro pueblo, pero sí que lo es de un modo portentoso, raro e insólito".
Vivió ochenta años y afrontó el trance de
la muerte con admirable serenidad. La noche misma en que dejaría de existir —
1 2 de febrero de 1 804— había dicho a los que le rodeaban:
— No temo a la muerte; sabré morir. Os aseguro que si la sintiese venir
esta noche, alzaría las manos al cielo y exclamaría: ¡bendito sea Dios!
Pero al final no dijo esto, sino sencillamente:
— Ya está... Y expiró.
Pero al final no dijo esto, sino sencillamente:
— Ya está... Y expiró.
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