"EL TIGRE DEL MAESTRAZGO" |
— Me iría
contenta si supiera que mi muerte pondría término a la guerra; pero no será
así. Conozco a mi hijo y sé que han de morir, por esto, muchos inocentes.
Así dijo aquel día María Griñó, madre del general Ramón Cabrera,
momentos antes de ser fusilada por orden del feroz Cristino Nogueras, como
represalia a las atrocidades de su adversario, el caudillo carlista. Y aún
añadió:
— Decidle de todos modos a mi hijo que así se lo pido, que así se lo imploro...
Bien conocía la inocente señora a aquel fruto de sus entrañas. Terrible, sanguinario, no bien tuvo noticia de la ejecución de su madre Cabrera prorrumpió, ebrio de cólera:
— Decidle de todos modos a mi hijo que así se lo pido, que así se lo imploro...
Bien conocía la inocente señora a aquel fruto de sus entrañas. Terrible, sanguinario, no bien tuvo noticia de la ejecución de su madre Cabrera prorrumpió, ebrio de cólera:
— ¡Me ahogo!
¡Denme agua...! ¡No! ¡Agua, no! ¡Sangre, sangre es lo que quiero!
¡Temblará el mundo! ¡Ay del que me hable de piedad y compasión!
Tan al pie de la letra iba a cumplir su palabra el feroz Cabrera, que a poco
nadie le mentaba sino con el alias de Tigre del Maestrazgo. Su ferocidad
se hizo legendaria. Terror de propios y extraños, ni siquiera después de
firmado el Convenio de Vergara se avino a deponer aquellos modos sanguinarios.
Cuando supo, con
indignación, de aquel
armisticio, convocó a los jefes y oficiales más distinguidos de su ejército
para pedirles parecer. Algunos, si no todos, acogieron favorablemente la noticia
y se pronunciaron por una paz honrosa.
Luego de oírles, lívido de cólera, dijo Cabrera:
— Estos señores, a lo que parece, tienen deseos de descansar. Muy bien. Démosles ese gusto.
Y, sin más trámite, los mandó fusilar.
— Estos señores, a lo que parece, tienen deseos de descansar. Muy bien. Démosles ese gusto.
Y, sin más trámite, los mandó fusilar.
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