EL PESO DE LA TIARA |
Adriano Florensz era deán
de Lovaina cuando, en reconocimiento de sus méritos, le fue confiada la
educación del príncipe Carlos, el futuro Carlos V.
Después,
por deseo de éste, desempeñó la corregencia de España en unión del cardenal
Cisneros, en tanto el nuevo rey venía
de Flandes a posesionarse de la corona.
Ardua, por cierto, iba a ser la labor del deán en ese entretanto. Los
Comuneros ensangrentaban el país, y Adriano precisó de Dios y ayuda para poner
coto a las revueltas. Casi lo había conseguido cuando,
fallecido León X, el Sacro
Colegio acordó
elegirle a él como sucesor en la silla de San Pedro.
Adriano, para entonces, se hallaba en Vitoria. Y cuando el mensajero vaticano
mostró al nuevo pontífice, arrodillado ante él, la carta en que se acreditaba
su elección, lo levantó cariñosamente y dirigiéndose a cuantas personas les
rodeaban dijo con pesadumbre:
— Si es cierta la noticia que me trae este correo, doleos de mí los que me queréis.
Adriano era un hombre de fe, ansioso por remediar los males que aquejaban a la Iglesia. Pero reinaría poco tiempo.
— Si es cierta la noticia que me trae este correo, doleos de mí los que me queréis.
Adriano era un hombre de fe, ansioso por remediar los males que aquejaban a la Iglesia. Pero reinaría poco tiempo.
— apenas un año
— , y a punto de expirar exclamó con tristeza:
— ¡Cuan infeliz es el Papa que no puede hacer todo el bien que de sea!
El, en efecto, apenas si había tenido tiempo a nada. Ni siquiera de ver satisfecho el deseo de que fuese arrojada al Tíber la estatua del maestro Pasquino, donde solían fijarse todos los libelos y vergüenzas de Roma.
— Os lo desaconsejo, Santidad —le dijo el duque de Lesa — , pues si así se hiciese, a buen seguro que esa estatua se convertiría en rana, y si ahora canta de día, luego cantaría de noche y de día.
El, en efecto, apenas si había tenido tiempo a nada. Ni siquiera de ver satisfecho el deseo de que fuese arrojada al Tíber la estatua del maestro Pasquino, donde solían fijarse todos los libelos y vergüenzas de Roma.
— Os lo desaconsejo, Santidad —le dijo el duque de Lesa — , pues si así se hiciese, a buen seguro que esa estatua se convertiría en rana, y si ahora canta de día, luego cantaría de noche y de día.
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