Desde que tuvo uso de razón,
José Pilsudcki, hijo de familia hidalga, no hizo otra cosa que pelear por la
libertad de Polonia, tradicionalmente oprimida por la doble tenaza
ruso-prusiana. Conoció la cárcel, el destierro, el manicomio... hasta que un
día, el 20 de febrero de 1 91 9, a favor del armisticio, fue clamorosamente
exaltado a la presidencia interina de la nueva República polaca.
EL PADRE DE POLONIA |
Pilsudcki no era militar de
oficio, pero, por vocación, conocía al dedillo el arte de la guerra. Sirvió
en este campo con toda eficacia los intereses de su patria y después, por un
tiempo, se retiró de la vida política para dar paso al libre juego
democrático. Las cosas, sin embargo, no fueron bien por aquel camino; pronto el
parlamentarismo se reveló inoperante para la marcha del país. En vista de lo
cual, en 1926 se valió
de un golpe de Estado para volver a asumir el mando supremo del Ejército, bajo
la presidencia ahora de un hombre nuevo, Moscicki.
— Decididamente —comentaría, con sorna un diputado desafecto a la nueva
situación — , Polonia tiene mala suerte. Su primer presidente fue asesinado
como un perro, al segundo le echaron como a un perro y el actual obedece a
Pilsudcki como un perro.
Cuando Pilsudcki supo de aquella rabotada, comentó flemático:
— Déjenle ustedes que siga ladrando como un perro.
Era así: despreciaba olímpicamente los ataques personales. Sólo le preocupaba servir honesta y rectamente a su pueblo, aquel buen pueblo que le correspondía llamándole cariñosamente dria-dek (padrecito).
Otra vez, sabedor de que había sido excarcelado un notable poeta de ideas extremistas, se apresuró a mandarle un obsequio. Pero el poeta lo rechazó airadamente. Sin incomodarse, Pilsudcki volvió a mandárselo con estas expresivas palabras: "Puesto que rehusa usted el regalo del mariscal de Polonia, acepte al menos el envío de un anciano compatriota al que le entusiasman sus poemas". Y el poeta aceptó.
Cuando Pilsudcki supo de aquella rabotada, comentó flemático:
— Déjenle ustedes que siga ladrando como un perro.
Era así: despreciaba olímpicamente los ataques personales. Sólo le preocupaba servir honesta y rectamente a su pueblo, aquel buen pueblo que le correspondía llamándole cariñosamente dria-dek (padrecito).
Otra vez, sabedor de que había sido excarcelado un notable poeta de ideas extremistas, se apresuró a mandarle un obsequio. Pero el poeta lo rechazó airadamente. Sin incomodarse, Pilsudcki volvió a mandárselo con estas expresivas palabras: "Puesto que rehusa usted el regalo del mariscal de Polonia, acepte al menos el envío de un anciano compatriota al que le entusiasman sus poemas". Y el poeta aceptó.
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