lunes, 20 de febrero de 2012

EL PADRE DE POLONIA


Desde que tuvo uso de razón, José Pilsudcki, hijo de familia hidalga, no hizo otra cosa que pelear por la libertad de Polonia, tradicionalmente oprimida por la doble tenaza ruso-prusiana. Conoció la cárcel, el destierro, el manicomio... hasta que un día, el 20 de febrero de 1 91 9, a favor del armisticio, fue clamorosamente exaltado a la presidencia interina de la nueva República polaca.

EL PADRE DE POLONIA
Pilsudcki no era militar de oficio, pero, por vocación, conocía al dedillo el arte de la guerra. Sirvió en este campo con toda eficacia los intereses de su patria y después, por un tiempo, se retiró de la vida política para dar paso al libre juego democrático. Las cosas, sin embargo, no fueron bien por aquel camino; pronto el parlamentarismo se reveló inoperante para la marcha del país. En vista de lo cual, en 1926 se valió de un golpe de Estado para volver a asumir el mando supremo del Ejército, bajo la presidencia ahora de un hombre nuevo, Moscicki.

— Decididamente —comentaría, con sorna un diputado desafecto a la nueva situación — , Polonia tiene mala suerte. Su primer presidente fue asesinado como un perro, al segundo le echaron como a un perro y el actual obedece a Pilsudcki como un perro.

Cuando Pilsudcki supo de aquella rabotada, comentó flemático:

— Déjenle ustedes que siga ladrando como un perro.

Era así: despreciaba olímpicamente los ataques personales. Sólo le preocupaba servir honesta y rectamente a su pueblo, aquel buen pueblo que le correspondía llamándole cariñosamente dria-dek (padrecito).

Otra vez, sabedor de que había sido excarcelado un notable poeta de ideas extremistas, se apresuró a mandarle un obsequio. Pero el poeta lo rechazó airadamente. Sin incomodarse, Pilsudcki volvió a mandárselo con estas expresivas palabras: "Puesto que rehusa usted el regalo del mariscal de Polonia, acepte al menos el envío de un anciano compatriota al que le entusiasman sus poemas". Y el poeta aceptó.

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