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REINAR DESPUÉS DE MORIR |
Inés de Castro era una dama de linaje gallego, hija del poderoso caballero Pedro Fernández de Castro y de Aldonza Soárez. Mujer de extraordinaria hermosura, en 1 340 acompañó a Portugal a su prima doña Constanza, hija del infante Juan Manuel, que iba a casarse con el príncipe Pedro, heredero del trono portugués. La belleza de Inés no tardaría en encender en el corazón de Pedro una pasión exaltada, que amargó los días de doña Constanza. Fallecida ésta de sobreparto, el príncipe contrajo matrimonio secreto con Inés. El suceso, sin embargo, acabó por trascender. Algunos cortesanos, temerosos de las consecuencias de aquel enlace, se apresuraron a encizañar la voluntad del monarca, quien veía amenazados los derechos sucesorios de los hijos de Constanza. Se tramó, pues, una fiera conjura, patrocinada por algunos nobles y consentida por el propio rey, y el día 7 de enero de 1 355 Inés caía asesinada en Coimbra.
Cuando el príncipe, por entonces ausente, tuvo noticia del crimen, montó en cólera y se alzó en armas contra su padre. Apenas si la reina consiguió apaciguarlos. Dos años después, fallecido Alfonso IV, la justicia del nuevo monarca no se hizo esperar. Ordenó el arresto de los responsables del crimen y los condenó a morir entre atroces torméntos. No satisfecho con esto, hizo desenterrar el cuerpo de Inés, dispuso que fuese ataviado con todos los atributos de la realeza y, puesto sobre el trono, obligó a todos los miembros de la corte a hincar respetuosamente la rodilla ante el cadáver y a besarle la mano descarnada.
Por todos estos actos de paroxística reparación postuma, Pedro entraría en la Historia con el título de Justiciero.
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