LA MISIÓN DE LA DONCELLA DE ORLEANS |
Y el milagro se hizo por intermedio de una pobre niña campesina. Juana de Arco había venido al mundo en la pequeña aldea de Domremy, a orillas del Mosa, el día 6 de enero de 1412. A los trece años, aquella niña sencilla y piadosa empezó a tener visiones sobrenaturales. Un día, mientras jugaba en el jardín de su casa, oyó una voz que le decía:
— Juana, debes disponerte a salvar a Francia acudiendo en socorro de tu legítimo rey.
Llena de asombro, Juana tardó en comprender. ¿De qué modo ella, pobre-cita campesina, podría hacer tal cosa?
— Irás a Vaucouleurs —le instruyó la voz— y desde allí monsieur de Baudri-court, el gobernador, te conducirá hasta el delfín.
Así lo hizo Juana, a costa de mil penalidades, y por fin, vestida de soldado, llegó a Chinon, donde a la sazón se hallaba la corte.— Dios os dé larga vida, gentil rey — saludó sin vacilar.
— Yo no soy el rey —denegó, para probarla, el delfín — . El rey es éste...
— ¡En nombre de Dios, gentil príncipe! — replicó Juana con firmeza — . Vos y no otro sois el rey. Vengo de parte de Dios para anunciaros que recobraréis el reino y que pronto seréis coronado en la ciudad de Orleans.
Así empezó la patriótica epopeya de Juana, que seis años después culminaría con su martirio en la hoguera de la Inquisición inglesa.
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