domingo, 8 de enero de 2012

LA CRUZADA INFANTIL



LA CRUZADA INFANTIL
Ese día, como sucesor de Celestino III, fue exaltado a la silla de Pedro el esclarecido cardenal Lotario Segni, uno de los más jóvenes del Sacro Colegio, que reinaría durante 1 8 años bajo el nombre de Inocencio III. Con él, la Iglesia iba a conocer el pontificado más activo y brillante de toda la Edad Media. Eran los días de San Francisco, el Poverello de Asís, cuyos ideales de pobreza e inquietud mística harían exclamar al nuevo Pontífice:

— ¡Verdaderamente, éste es el hombre llamado a sostener y reparar la Iglesia de Dios!

Todo, en efecto, parecía enderezarse en el seno de la Cristiandad. En Francia se combatía con eficacia la herejía albi-gense; en Inglaterra Juan sin Tierra promulgaba a favor de sus subditos la Carta Magna; en toda Europa, en fin, renacía el espíritu de Cruzada, bastante decaído a raíz de las tres primeras.
Hasta tal punto fue así que en 1212 un joven pastor francés, Esteban de Vendóme, al grito de "¡Jesús, volved-nos nuestra Cruz!", consiguió reunir un contingente de 50.000 niños, resueltos a libertar por su cuenta a los Santos Lugares del poder sarraceno. Inflamados por este ingenuo sentimiento, fletaron siete bajeles y se lanzaron a la aventura. ¡Pobrecillos! En las cercanías de Cerdeña, dos de las naves zozobraron y las otras cinco consiguieron a duras penas llegar hasta Alejandría. Pero, no bien desembarcados, faltos de todo apoyo y dirección, cayeron en poder de los mercaderes árabes, y los que no perecieron aniquilados fueron reducidos a la esclavitud.

Cuando el Papa Inocencio supo de aquella hecatombe, exclamó con infinita consternación:

— ¡Dios mío! ¡Esos niños, esos niños...! ¡Y nosotros dormíamos mientras ellos corrían a su santa locura!

A poco, tal vez de pesadumbre, Inocencio moría repentinamente.

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