martes, 3 de enero de 2012

LA EXCOMUNIÓN DEL FRAÍLECILLO


LA EXCOMUNIÓN DEL FRAÍLECILLO
Ya un año antes, don Juan Manuel, embajador de Carlos V en Roma, había prevenido a su señor: "Ponga Su Majestad atención a un frailecillo llamado Lu-tero". Carlos, en efecto, tuvo muy en cuenta la advertencia del embajador. No así el pontífice reinante, León X, en los primeros momentos, según se dice. Al ser informado de la actitud levantisca del "frailuco" se limitó a decir con desdén:

— ¡Bah! Envidias frailunas.

León creía sinceramente que sólo era eso: celos, pelusas de la Orden agusti-niana con la dominicana, a la que la Santa Sede, por intermedio de Johann Tetzel, había encomendado la predicación de la Bula de Indulgencia, cuyos frutos deberían revertir en la construcción de la nueva Basílica de San Pedro. Pero no era así: aquello, en el fondo, entrañaba una erupción de rebeldía mucho más grave y compleja.

— Tenemos que abrir un boquete en ese tambor —había exclamado Lutero, aludiendo con enojo a las prédicas recaudatorias de Tetzel.

Y de acuerdo con ese designio redactó sus famosas 95 tesis, en las que atacaba la predicación de la Indulgencia. Cuando la noticia llegó a Roma, el Papa, alarmado al fin, envió a Alemania a un ilustre emisario, el cardenal Cayetano, con encargo de reducir al rebelde. Pero ya era tarde; tras largas y estériles disputas, Cayetano acabó por declarar:

— No quiero tener más relaciones con ese bruto alemán; lleva en la cabeza un par de ojos profundos y monstruosas especulaciones.

Sólo entonces —3 de enero de 1 521 — puso su rúbrica el pontífice sobre la Bula de Excomunión del hereje.

Pero también llegaba tarde. Al recibirla, Lutero la hizo quemar públicamente entre el clamor de un tropel de estudiantes.

Aquel día nació oficialmente el Protestantismo.

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