LA CONQUISTA DE GRANADA |
Mucha sangre había corrido desde entonces, pero el instante del triunfo final, con la rendición del último reducto musulmán — Granada— era ya un hecho.
"A esa Granada —había dicho un día el rey Católico— le arrancaré yo los granos uno a uno". Y así fue. Atizando hábilmente las rivalidades intestinas de los reyezuelos musulmanes, Fernando los había debilitado hasta el punto de encerrar al último de ellos — Boabdil El Chico— en los estrechos límites de las murallas granadinas.
Acosados por el hambre, los sitiados, cuya voluntad de resistencia a duras penas sostenía el valeroso caudillo Muza, decidieron capitular. En consecuencia, una vez ajustadas las condiciones de rendición, el desdichado Boabdil se adelantó con su séquito hasta las puertas de la fortaleza para entregar al rey Fernando las llaves de la ciudad.
— Tuyos somos, rey poderoso y ensalzado — dijo sumisamente—. Estas son, señor, las llaves de este paraíso. Recibidlas, pues tal es la voluntad de Dios.
Fernando tomó las llaves y se las entregó a Isabel, quien a su vez las puso en manos del príncipe Juan. Era el broche de la reconquista. A poco, sobre las almenas de la torre más alta de la ciudad aparecía la cruz de plata de la Cruzada junto al estandarte de Santiago. Los reyes se arrodillaron para dar gracias a Dios, en tanto que los mesnaderos, con voz enronquecida, prorrumpían en gritos de alborozo.
— ¡Santiago, Castilla! ¡Granada por los reyes Isabel y Fernando!
Corría el 2 de enero de 1492.
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