domingo, 15 de enero de 2012

LA CEGUERA DE MILTON



LA CEGUERA DE MILTON
Aquel día, el Consejo de Inglaterra, que presidía Oliverio Cromwell, expidió una orden para que el secretario interino del nuevo Gobierno, el ilustre poeta John Milton, compusiese una obra de refutación de otra recién aparecida en Francia. En ella, bajo pretexto de defender el derecho divino de los reyes, se condenaba abiertamente la ejecución del monarca inglés Carlos I por orden de Cromwell. Antidinasta convencido, Milton aceptó el encargo, aun cuando su vista anduviese para entonces merma-dísima. Desoyó incluso la severa advertencia de los médicos, en opinión de los cuales empeñarse en aquel trabajo le precipitaría la ceguera.

— ¡Pues aunque ciegue! —fue la respuesta del poeta.

Y cegó efectivamente un año después, conforme se le había pronosticado, sin recibir por su trabajo, Defensa del pueblo anglicano, otra recompensa que las felicitaciones oficiales.

Excusado es decir que al producirse poco después la restauración monárquica, la posición del poeta se hizo aún más difícil. Sobre malmirársele oficialmente, la primera esposa lo abandonó y no tardó en enviudar de la segunda. Aún tuvo arrestos, sin embargo, para concertar un tercer enlace y para responde sarcásticamente a los que se maravillaban de su perseverancia matrimonial:

— Sí, sólo me falta quedar sordo para convertirme en el mejor partido de Inglaterra.

El autor de El Paraíso Perdido no era ya más que una gloriosa ruina cuando, llevado de una curiosidad malsana, le visitó el duque de York. Este noble era hermano del rey, a quien de regreso a dijo:

— ¿Cómo dejáis vivir a ese viejo malvado?

A lo que, rencorosamente, respondió Carlos II:
— Bien castigado está: viejo, pobre y ciego. ¿Os parece que debo favorecerle quitándole la vida?

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