EL LLANTO DEL HÉROE |
— ¡Adelante por el honor de la patria!
Y comienza el asalto. Arduo, terrible, inexorable. Los cinco miembros del equipo —Scott, Wilson, Bowers, Oates y Evans— marchan resueltamente hacia la victoria. Las penalidades se multiplican; el esfuerzo, por instantes, parece que va a vencerles, pero prosiguen, indomables, espoleados por el afán de triunfo.
Es el 16 de enero. ¡El gran día, sin duda! Apenas 50 kilómetros los separan del objetivo. Aquella mañana se levantan exultantes. De una sola tirada recorren catorce kilómetros. ¡Adelante! ¡Adelante! Pero de repente, Bowers, cuyos ojos escudriñan ávidamente el horizonte, siente flaquear las piernas. ¿Qué es aquello que negrea sobre la blanquísima lejanía? ¿Figuración? ¿Espejismo? No; todos, y Scott el primero, adivinan en seguida lo que de verdad significa aquel promontorio oscuro, en cuya cúspide ondea algo, un trapo, una bandera... Amundsen, el silencioso Amundsen se ha anticipado a ellos, arrebatándoles el laurel de la conquista. En medio del estupor angustiado, el valeroso Scott solloza como un niño.
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