lunes, 16 de enero de 2012

EL LLANTO DEL HÉROE



EL LLANTO DEL HÉROE
El día 1 de junio de 1910, el capitán inglés Robert Scott, a bordo del Terra Nova, zarpa de Inglaterra camino del desconocido Polo Sur. No sabe aún que otro esforzado explorador, el noruego Roald Amundsen, se dirige también por distinta ruta a la conquista del mismo objetivo. Todo va bien. La expedición ha sido concienzudamente preparada. En enero, el Terra Nova arriba felizmente al glacis antartico, en las cercanías del Cabo Evans. Allí deberán aguardar, mientras se aclimatan, la llegada de la primavera austral. Un día el azar les trae una noticia inquietante: la expedición de Amundsen vela también armas, acampada sólo algunas millas más allá. Pero Scott no se descorazona; por el contrario, exclama arrogantemente:

— ¡Adelante por el honor de la patria!

Y comienza el asalto. Arduo, terrible, inexorable. Los cinco miembros del equipo —Scott, Wilson, Bowers, Oates y Evans— marchan resueltamente hacia la victoria. Las penalidades se multiplican; el esfuerzo, por instantes, parece que va a vencerles, pero prosiguen, indomables, espoleados por el afán de triunfo.

Es el 16 de enero. ¡El gran día, sin duda! Apenas 50 kilómetros los separan del objetivo. Aquella mañana se levantan exultantes. De una sola tirada recorren catorce kilómetros. ¡Adelante! ¡Adelante! Pero de repente, Bowers, cuyos ojos escudriñan ávidamente el horizonte, siente flaquear las piernas. ¿Qué es aquello que negrea sobre la blanquísima lejanía? ¿Figuración? ¿Espejismo? No; todos, y Scott el primero, adivinan en seguida lo que de verdad significa aquel promontorio oscuro, en cuya cúspide ondea algo, un trapo, una bandera... Amundsen, el silencioso Amundsen se ha anticipado a ellos, arrebatándoles el laurel de la conquista. En medio del estupor angustiado, el valeroso Scott solloza como un niño.

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