EL HOMBRE QUE LLEVÓ UN MENSAJE A GARCÍA |
¿Qué era eso del "mensaje a García"? Sencillamente, el recuerdo de una hazaña de guerra ejecutada voluntariamente por un hombre, Andrew Summers Rowan, a instancias del presidente McKinley. Por entonces, el Gobierno norteamericano, azuzado por la Prensa "amarilla" del país, se disponía a intervenir en apoyo de la causa inde-pendentista de Cuba. García no era sino un misterioso cabecilla insurrecto, de paradero desconocido, pero con el cual el presidente juzgaba perentorio conectar para combinar sus planes de campaña.
Sin preguntar nada, pues nada se sabía, Rowan aceptó la misión. Se trasladó a Florida y, al amparo de la noche, en una frágil barquichuela, puso rumbo a las costas cubanas. Una vez llegado, se internó en la manigua, escaló montañas, cruzó la isla de parte a parte y al cabo de tres azarosas semanas culminó felizmente el empeño de localizar a García y entregarle el "mensaje".
La hazaña, pese a todo, hubiese quedado en el anonimato si un afamado periodista estadounidense, Albert Hubbard, tomándola como tema de artículo, no hubiera acertado a airearla literariamente en la popular revista The Philisti-ne. Desde ese instante, Rowan pasó a ser un héroe nacional y el prestigio de su "mensaje" adquirió dimensiones proverbiales a lo largo y ancho del país. El, sin embargo, no se envanecía en absoluto de la misión, y cuando andando el tiempo cierta señora metomentodo le preguntó cuál era en realidad el contenido del famoso "mensaje", respondió con ironía:
— ¡Psch! Una invitación del presidente McKinley para que García acudiese a tomar el té en la Casa Blanca.
Sin preguntar nada, pues nada se sabía, Rowan aceptó la misión. Se trasladó a Florida y, al amparo de la noche, en una frágil barquichuela, puso rumbo a las costas cubanas. Una vez llegado, se internó en la manigua, escaló montañas, cruzó la isla de parte a parte y al cabo de tres azarosas semanas culminó felizmente el empeño de localizar a García y entregarle el "mensaje".
La hazaña, pese a todo, hubiese quedado en el anonimato si un afamado periodista estadounidense, Albert Hubbard, tomándola como tema de artículo, no hubiera acertado a airearla literariamente en la popular revista The Philisti-ne. Desde ese instante, Rowan pasó a ser un héroe nacional y el prestigio de su "mensaje" adquirió dimensiones proverbiales a lo largo y ancho del país. El, sin embargo, no se envanecía en absoluto de la misión, y cuando andando el tiempo cierta señora metomentodo le preguntó cuál era en realidad el contenido del famoso "mensaje", respondió con ironía:
— ¡Psch! Una invitación del presidente McKinley para que García acudiese a tomar el té en la Casa Blanca.
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