sábado, 14 de abril de 2012

EL SOÑADOR DE SU MUERTE


EL SOÑADOR DE SU MUERTE
Abraham Lincoln, el artífice del abolicionismo norteamericano, era sobre todo un hombre de humor. Se reía —y nunca mejor dicho— hasta de su sombra. Aludiendo a su propia fealdad —era larguirucho, anguloso, cetrino — , solía decir:

— En mis días de bebé, créanme ustedes, era la criatura más hermosa de Kentucky; pero mi nodriza, negra ella, me cambió un día por otro chico para complacer a una amiga que iba con el suyo río abajo.

Ni siquiera en las disputas parlamentarias dejaba aquella vena zumbona. Así, una vez en que su gran rival, Stephen Douglas, le apostrofó de "hombre de dos caras", Lincoln, imperturbable, respondió dirigiéndose al auditorio:

— Lo dejo a su buen sentido, señores. ¿Pueden ustedes creer que si yo tuviese de veras otra cara iba a usar ésta?

Cuando, ya presidente de la Unión, el día de Año Nuevo de 1 863 se disponía a firmar la trascendental proclama de emancipación de los esclavos, por dos veces tomó la pluma y otras tantas la abandonó. William Seward, su Secretario de Estado, lo miraba sin comprender.

— Entiéndame usted —explicó Lincoln—: mi mano está casi entumecida de tantos apretones. Si ahora, al firmar,
llegase a temblarme, los que en días venideros examinasen este documento podrían decir: vaciló.

Y así diciendo, por fin, a la tercera, estampó enérgicamente la histórica firma.
Pero sus días estaban contados. El 14 de abril, víspera del Viernes Santo, la pistola de un fanático sudista le acechaba, para abatirle, entre los cortinajes del palco del teatro Ford de Washington. Era, apenas sin variantes, la misma escena que él había soñado algunos días atrás. Pero incluso entonces, refiriendo aquel sueño premonitorio a sus allegados, había tenido humor para bromear: — Menos mal que en ese sueño, ya se ve, no he sido yo, sino otro, el asesinado.

No hay comentarios:

Publicar un comentario