sábado, 9 de enero de 2010

El CAZADOR DE RATAS O EL FLAUTISTA DE HAMELÍN

CAZADOR DE RATAS O EL FLAUTISTA DE HAMELÍN
 El origen del flautista está poco claro, con bastante seguridad la sección sobre los niños es el núcleo original de la historia, a la que se añadió como complemento la relativa a la expulsión de las ratas a finales del siglo XVI.

Sobre el rapto de los niños tambien hay varias versiones. Las teorías que se atribuyen cierta credibilidad pueden ser agrupadas en cuatro categorías:

  1. Los niños fueron víctimas de algún tipo de accidente.
  2. Algunos niños fueron víctimas de alguna enfermedad.
  3. Los niños dejaron el pueblo para tomar parte una peregrinación o una campaña militar.
  4. Los niños abandonaron voluntariamente Hamelín para colonizar partes de Europa Oriental.

Ciudades como Hamelín podían encontrarse a miles en el mundo. Ocupaba el centro de un amplio valle rodeado de colinas. Sus habitantes eran agricultores en su mayoría, y vivían humildemente. Durante siglos, nada había turbado la paz del lugar en la próspera ciudad de Hamelín, sucedió algo muy extraño: una mañana, cuando sus gordos y satisfechos habitantes salieron de sus casas, encontraron las calles invadidas por miles de ratones que merodeaban por todas partes, devorando, insaciables, el grano de sus repletos graneros y la comida de sus bien provistas despensas.

Nadie acertaba a comprender la causa de tal invasión, y lo que era aún peor, nadie sabía qué hacer para acabar con tan inquitante plaga. Por más que pretendían exterminarlos o, al menos, ahuyentarlos, tal parecía que cada vez acudían más y más ratones a la ciudad.

Tal era la cantidad de ratones que, día tras día, se enseñoreaba de las calles y de las casas, que hasta los mismos gatos huían asustados.


Tales roedores podían contarse en Hamelín por miles, cientos de miles, aquello significado la ruina completa, el hambre para muchos meses.

- ¡Han terminado con los jamones y quesos que guardaba en el trastero! – se quejaba el vecino.
- ¡Y también con la cosecha de grano que llenaba mi silo! – se lamentó otro.
- ¡No podemos seguir así ni un día más!

Los vecinos se dieron a la difícil tarea de cazar a los ratones uno por uno, después, viendo que los resultados eran mínimos, echaron mano de cepos, pero no habia manera... Los ratones jugaban con ellos y acababan por comerse la madera de que estaban hechos.

Ante la gravedad de la situación, convocaron al Consejo, en breves instantes, la Plaza Mayor quedó abarrotada por una multitud indignada y vociferante.y decidieron

- Publicar un bando ofrecimiento una gran recompensa a quien nos libere para siempre de los ratones – 


"Daremos cien monedas de oro a quien nos libre de los ratones". Al poco se presentó ante ellos un flautista taciturno, alto y desgarbado, a quien nadie había visto antes, y les dijo:

- ¿Es cierto que ofrecen una recompensa de cien monedas de oro a quien libre a esta ciudad de los ratones?


"La recompensa será mía. Esta noche no quedará ni un sólo ratón en Hamelín".

Dicho esto, con parsimonia, se llevó la flauta a los labios, e inició los compases de una maravillosa melodía mientras paseaba por las calles de Hamelin.

Al influjo de sus alegres notas, los ratones comenzaron a salir de de sus escondrijos en racimos cada vez mayores, embelesados y hechizados por aquella música.

El flautista caminó hacia el exterior de la ciudad, un cortejo millonario en ratones le siguió dócilmente, y así caminando y tocando, los llevó a un lugar muy lejano, tanto que desde allí ni siquiera se veían las murallas de la ciudad.

Por aquel lugar pasaba un caudaloso río donde, al intentar cruzarlo para seguir al flautista, todos los ratones perecieron ahogados.

- ¡Es increíble el poder de su música!
- ¡Pura brujería, os lo digo yo!
- ¡Bendita sea de todas formas!

Los hamelineses, al verse al fin libres de las voraces tropas de ratones, respiraron aliviados, tranquilos y satisfechos, volvieron a sus prósperos negocios,  organizaron una gran fiesta de celebración, comiendo excelentes viandas y bailando hasta muy entrada la noche.

A la mañana siguiente, el flautista se presentó ante el Consejo y reclamó las cien monedas de oro. Pero éstos, liberados ya de su problema y cegados por su avaricia, le contestaron: "¡Vete de nuestra ciudad!, ¿o acaso crees que te pagaremos tanto oro por tan poca cosa como tocar la flauta?" profiriendo grandes carcajadas.

 – se indignó el flautista.- ¡Eso es una burla intolerable! – exclamó el flautista, alzando su índice acusador.
- ¡Pagaréis muy cara esta fechoría! – aseguró el flautista, retirándose prudentemente de allí.

Al igual que hiciera el día anterior con airado impulso, alzó la flauta y arrancó los primeros sones de una melodía distinta de la anterior. Pero esta vez no eran los ratones quienes le seguían, sino los niños de la ciudad, haciendo oidos sordos a los ruegos y gritos de sus padres que en vano, entre sollozos de desesperación, intentaban impedir que siguieran al flautista.

Ni un chiquillo quedó en la ciudad de Hamelín. De nada sirvieron los gritos desgarrados de los vecinos, llamando a sus hijos para que volviesen:

- ¡No hagáis caso al flautista, regresad! ¡Quiere haceros daño!

Nada lograron y el flautista se los llevó lejos, muy lejos, tan lejos que nadie supo adónde, y los niños, al igual que los ratones, nunca jamás volvieron.

Los egoístas ciudadanos de Hamelín lamentaron el resto de sus días el trato dado al flautista, en la ciudad sólo quedaron sus opulentos habitantes y sus bien repletos graneros y bien provistas despensas, protegidas por sus sólidas murallas y un inmenso manto de silencio y tristeza.

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