LA CAÍDA DE OSUNA, EL GRANDE |
Pero a pretexto, no del todo infundado,
de que ejercía una
política demasiado desentendida del poder central, con el advenimiento al trono
de Felipe IV los
envidiosos del duque se apresuraron a indisponerle con el nuevo monarca, acusándole
de designios independentis-tas. No precisó más el despótico Conde-Duque de
Olivares, arbitro ahora de la política española, para decretar la destitución
y apresamiento del virrey.
La oprobiosa acción tuvo lugar el 7 de abril de 1621, día de Miércoles
Santo. Cercado de soldados el palacio virreinal,dos altos dignatarios de la corte, don Agustín Mejía y el marqués de Povar, comunicaron así al duque la decisión real:
— Vuestra Excelencia sea preso por orden del Rey Nuestro Señor y de su Consejo de Estado.
Cariacontecido, pero digno, repuso el de Osuna:
— Por cierto, señores, que un portero del Consejo bastara, cuanto más tan grandes caballeros. Vamos donde Vuestras Excelencias tengan orden de llevarme, y pues estoy tan cojo como ven, denme licencia para que baje la escalera en mi silla.
Así fue conducido a España el prepotente Osuna; luego, tras tortuoso proceso, encerrado en la prisión de Alameda. Allí moriría, sin una queja, tres años después, en medio del más frío silencio administrativo. Sólo el valiente Queve-do reivindicaría su memoria en cuatro vibrantes sonetos, uno de los cuales, el más célebre, comienza así:
Faltar pudo a su patria el gran Osuna, pero no a su defensa sus hazañas; diéron/e muerte y cárcel las Españas, de quien él hizo esclava la fortuna.
— Vuestra Excelencia sea preso por orden del Rey Nuestro Señor y de su Consejo de Estado.
Cariacontecido, pero digno, repuso el de Osuna:
— Por cierto, señores, que un portero del Consejo bastara, cuanto más tan grandes caballeros. Vamos donde Vuestras Excelencias tengan orden de llevarme, y pues estoy tan cojo como ven, denme licencia para que baje la escalera en mi silla.
Así fue conducido a España el prepotente Osuna; luego, tras tortuoso proceso, encerrado en la prisión de Alameda. Allí moriría, sin una queja, tres años después, en medio del más frío silencio administrativo. Sólo el valiente Queve-do reivindicaría su memoria en cuatro vibrantes sonetos, uno de los cuales, el más célebre, comienza así:
Faltar pudo a su patria el gran Osuna, pero no a su defensa sus hazañas; diéron/e muerte y cárcel las Españas, de quien él hizo esclava la fortuna.
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