UNA MUJER INCREÍBLE |
Aquel día, los
gacetilleros de la corte se pusieron las botas. ¡Ahí era nada! María de
Navas, ex actriz, ex religiosa, ex soldado —y todo por partida doble-acababa
de morir.
A decir verdad, María de Navas llenaba todo un capítulo de la crónica
sensa-cionalista de la época. Un día, a finales del siglo XVII,
había
debutado como actriz en un teatro de Valencia. Recién casada con un compañero
de farándula, su boda acabó en saínete: el cónyuge resultó ser un fraile
exclaustrado, por lo que la Iglesia se apresuró a declarar nulo el enlace.
Apenas repuesta del traspié, María contrajo nuevo matrimonio. Pero, sin éxito
otra vez, poco después se separó. ¿Qué hacer? Al convento. Allí — se
dijo, contrita— se colmarían a buen seguro sus ansias de reposo. Y allá se
fue. Tiempo perdido. Insatisfecha, a los pocos meses tomó el portante y
regresó a las tablas. Pero ahora, bajo nuevo aspecto: como galán y director de
comedias. Así, en disfraz masculino, su éxito de público se multiplicó. Y
tan favorecida y apuesta llegó a verse María de esta traza que de la noche a
la mañana se le antojó alistarse, como soldado, en las huestes del archiduque
Carlos.
Infortunadamente para ella, triunfó Felipe V y
hubo, pues, de acudir a éste
en demanda de perdón. Obtenida la gracia real, otra vez se creyó atraída por
el claustro. Y con tanta fuerza que llegó incluso a tomar velo en el Monasterio
de las Descalzas Reales. ¡Vana ilusión! El gusanillo de las tablas le roía de
nuevo y otra vez —ahora por última— abandonó el claustro para correr en
pos de los aplausos.
Finalmente, aquel torbellino de mujer descansaba de verdad.
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