martes, 6 de marzo de 2012

UN ACADÉMICO DE 28 AÑOS


UN ACADÉMICO DE 28 AÑOS
La noticia, a nivel popular, era ciertamente insólita: Marcelino Ménendez y Pelayo, santanderino de 28 años, hacía su ingreso como académico de número, en la Real Academia de la Lengua. No lo era tanto, en cambio, para sus paisanos de Cantabria, todos los cuales se enorgullecían de antiguo con las dotes portentosas del joven montañés.

Estaba aún fresco para ellos el suceso de "la cabeza de Don Alvaro de Luna". Aquella "cabeza", una vulgar atracción de feria recién llegada a Santander, decía responder a cuanto se le preguntaba. Marcelino, al enterarse, había acudido al lugar donde hablaba la "cabeza". No era más que un niño, pero había devorado ya, con los mejores frutos, la nutrida biblioteca de su padre, catedrático de Matemáticas. La gente, en efecto, interpelaba a la "cabeza", pero con preguntas triviales. Marcelino escuchó un momento y, en seguida, seducido por el pasatiempo, lanzó a la testa parlante estas eruditas preguntas: en qué año había escrito Don Alvaro El Libro de las Claras y Virtuosas mujeres; qué encargo había dado, ya sobre el cadalso, el poderoso valido a su Señor don Juan II; en qué fecha el Condestable había batido, en los campos de Olmedo, a los infantes de Aragón.

El hombre que gobernaba la "cabeza" no sabía a qué santo encomendarse, mientras el público, regocijado, reía a más y mejor. Finalmente sacó su cabeza de la del mascarón, y vuelto hacia el acompañante adulto de Marcelino dijo así:

— Oiga usted, señor. Nuestro trabajo, bien se ve, es para mayores. ¿No podría usted llevarse a ese niño a lugar más a propósito?

Al pequeño Marcelino le aguardaban, en efecto, lugares más a propósito. A saber: la Academia de Lengua, la de la Historia, la de Ciencias Morales y Políticas, la de San Fernando... y un etcétera coronado por 65 imperecederos volúmenes.

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