SAN VICENTE FERRER, EL SANTO CLARIVIDENTE |
En el conjunto de dones sobrenaturales con que la Providencia distinguía
a Vicente Ferrer, el santo predicador, quizá ninguno tan resonante como el de
la clarividencia. Ya un día, mientras predicaba en Zaragoza, había
interrumpido repentinamente su sermón para anunciar a los que le escuchaban:
— Hermanos, mi madre acaba de morir; rogad a Dios por ella.
El prodigio se repetiría, de análogo modo, otras dos veces: a la muerte de su hermano y de su padre.
Pero la muestra más espectacular de aquella gracia del santo valenciano iba a darse el día 13 de abril de 1409, en la ciudad de Gerona.
El prodigio se repetiría, de análogo modo, otras dos veces: a la muerte de su hermano y de su padre.
Pero la muestra más espectacular de aquella gracia del santo valenciano iba a darse el día 13 de abril de 1409, en la ciudad de Gerona.
Camino de Perpiñán, Vicente había tenido que detenerse en la capital
am-purdanesa aquejado de una dolencia repentina. Enterada de ello, una pobre
mujer a quien su celoso marido había repudiado públicamente, al suponer con
ofuscación que el hijo de ambos —una preciosa criatura de poco más de un
año— fuese fruto adulterino, corrió a exponer
al santo su tribulación. San Vicente obtuvo al punto certidumbre de la
inocencia de la esposa, y dado que se proponía predicar al día siguiente en la
explanada del Convento de Predicadores, ordenó a la mujer que acudiese con el
niño a la explanada, cuidando de situarse a la vista del predicador y no lejos
del esposo, que allí estaría también. Así lo hizo la infeliz señora,
abriéndose paso entre la muchedumbre, cuando he aquí
que San Vicente interrumpió
al pronto su sermón y dijo:
— Tú, mujer, deja al niño en el suelo para que corra a abrazar a su
padre.
Y el niño, sin titubear, corrió, en efecto, a echarse en brazos de aquel hombre — su padre — , al que ni siquiera conocía.
De este modo, si público había sido el repudio, pública fue también y sonadísima la reconciliación de los esposos.
Y el niño, sin titubear, corrió, en efecto, a echarse en brazos de aquel hombre — su padre — , al que ni siquiera conocía.
De este modo, si público había sido el repudio, pública fue también y sonadísima la reconciliación de los esposos.
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