sábado, 28 de abril de 2012

EL HOMBRE QUE HACÍA REÍR


EL HOMBRE QUE HACÍA REÍR
Aquel día vino al mundo en Pola de Lena (Asturias) el hombre que, al decir de Clarín, haría "reír a media España en invierno y a la otra media en verano". Era Vital Aza, médico porque sí, y poeta por la gracia de Dios. Como médico, pues, no pasaría a la Historia; para una vez que había ejercido de facultativo, luego de reconocer al enfermo, cuando los familiares de éste le preguntaron qué le parecía respondió chuscamente:

— Me parece que deben ustedes llamar a un médico.

Tal era el talante de este hombre: espontáneo, gozoso, bonachón. Y lo mismo en las cuartillas que en la vida diaria. Por las mañanas se despertaba cantando fragmentos del género bufo; al mediodía pedía el almuerzo en sonoros endecasílabos; luego, si se terciaba, era capaz de sostener en romance horas enteras de conversación.

Sus poesías festivas corrían de boca en boca.

Hoy vivo de lo que escribo, y pues vivo como vivo, no debo escribir muy mal.

Como sainetero gozaba también del favor del público, con una excepción: la de Luis Bonafoux, crítico agrio y venenoso que hablaba mal de todo el mundo. Vital fingía ignorarlo, pero una vez, tan lejos llevó el otro sus tarascadas, que se fue a buscarlo al Fornos para habérselas con él. Bonafoux era minúsculo, en tanto que él "encendía los pitillos en el farol de la esquina". Así que al verlo lo agarró por las solapas, y después de zarandearlo rudamente acabó por decir:

— Sepa usted que venía con propósito de molerle las costillas, pero por falta material de espacio, desisto.

Y lo soltó como a un pingajo, en medio de la chacota del público.

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